lunes, 9 de febrero de 2015

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Lo inevitable




La pala daba los últimos retoques a las torres y almenas levantadas con arena en la playa.

El crío, entusiasmado con su obra, mostró a su padre el resultado final.

Durante horas había estado construyendo un enorme castillo con sus puentes levadizos, túneles, fosos y torreones de fina y húmeda tierra.

En cuanto llegaron a la playa y sus padres plantaron la sombrilla en el único hueco libre que quedaba por ocupar, el niño agarró sus utensilios y se puso a trabajar. Pala, rastrillo, cubo grande, cubo pequeño y carretilla, todo guardado en una bolsa de plástico que aún conservaba el olor a mar del último verano.

Su padre le felicitó, le dio un beso en la frente y le pidió que recogiera los trastos antes de marchar.

El niño había imaginado batallas entre caballeros buenos y caballeros malos, todos luchando por conquistar la bella princesa que habitaba en el precioso castillo a la orilla del mar. Oía en su cabeza espadas rechinando al chocar, armaduras de hojalata y viseras en grandes cascos con plumas, caballos levantados sobre dos patas relinchando en la plaza principal, doncellas con largos velos asomadas en balcones de piedra esperando un bonito final, gigantes dragones verdes sobrevolando el castillo escupiendo fuego sin cesar. Con reyes y reinas contando las horas que les quedaban por reinar.

Desde que llenó el cubo por primera vez esta mañana, el niño esperaba con nervios el momento de ver acabado lo que tanto esfuerzo le había costado levantar.

Se miraba las manos arañadas y las uñas llenas de piedrecítas, que escocían con la sal y que aliviaba con unos pequeños soplidos reconfortantes, como esos besos de madre que curan todo magicamente.

Pero ahora, cuando el sol estaba a punto de irse a descansar y la playa empezaba a sentirse otra vez desierta, como cuando el sol se levanto bien pronto para empezar a trabajar, el niño solo escuchaba atemorizado el rugido del mar, el temible acoso de las olas, constantes e imparables, inmutables, sádicas, profesionales. Unas olas enormes que no pararían de golpear las cercanías de la fortaleza una y otra vez para engullir el castillo de un solo bocado por siempre jamas, ante los ojos llorosos de un niño pequeñito a punto de aprender la poderosa fuerza de lo que no se puede evitar.


Publicado el 20 de febrero de 2008

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