miércoles, 25 de febrero de 2015

  |  No comments  |  

La venganza de George: Faith

“Cualquier persona que escuche ‘Faith’ y no le guste nada de lo que hay en él no tiene ningún derecho para decir que le gusta la música pop”.
George Michael, “Rolling Stone”, 1987.

En octubre de 1987 todo el mundo andaba tan ensimismado con “The Joshua Tree”, el proyecto para la dominación global que Bono y sus amigos habían concebido tan solo unos meses antes, que muy pocos prestaron atención al lanzamiento de “Faith”, el primer álbum en solitario del cantante de un almibarado dúo pop llamado Wham! Yo acababa de empezar segundo de BUP, el acné se despedía por fin de mi cara y a pesar de haber asistido atónito al histórico concierto mesiánico que U2 desplegó en el estadio Santiago Bernabéu ese mismo verano, no sentí culpabilidad alguna, ni siquiera un leve sentimiento de traición cuando por menos de mil pesetas me hice con el debut de George Michael en la tienda de discos de El Corte Inglés en la calle Princesa la misma semana que se ponía a la venta.
En aquellos años de escuetas pagas semanales mi economía me obligaba de vez en cuando llevar a cabo estrategias ilegales para hacer crecer mi colección. Reconocer mi delito no me hace menos culpable, pero qué demonios, estaba sin blanca. La más sencilla y por lo tanto la más utilizada era la técnica del disco rayado. Era un sistema insultantemente básico, tan simple y efectivo que rozaba lo increíble: compraba un disco al azar que me gustara, lo grababa en cassette, volvía al centro comercial argumentando estar rayado y lo intercambiaba por otro repitiendo la acción en un bucle infinito.
Nota del autor: las dependientas solían desconfiar de mí después de tres o cuatro visitas contando el mismo cuento. Como si se tratara de detectives forenses, siempre miraban minuciosamente los surcos del disco buscando no sé qué tipo de pistas y señales que delataran mi delito, derribando de golpe la endeble coartada del disco imperfecto. Por más vueltas que le dieran a los discos, nunca pudieron demostrar nada.
Wham! no era un artefacto menor, aunque resultaba difícil tomárselos muy en serio. Con una estética ciertamente engolada, derrochaban demasiadas hombreras, laca y azúcar como para que aquello pudiera contener algo de cierto valor. Ciertamente arrasaron en su momento; contrataron los servicios del súper manager Simon Napier-Bell, famoso por sus disparatadas fiestas, una elevada auto estima y por su trabajo con The Yardbyrds y T-Rex. Actuaron en estadios de todo el planeta incluyendo la China Comunista y rivalizaron con Duran Duran en las listas de éxitos vendiendo millones de discos aunque con el permanente regusto de lo efímero. Y es verdad que fueron visto y no visto, apenas dos álbumes en poco más de cuatro años de vida. Con lo que casi nadie contaba era que el guapo de los Wham!, aquel tipo de origen grecochipriota llamado Georgios Kyriacos Panayiotou, con aspecto de chulo de discoteca recién salido de un capítulo de Miami Vice escondiera un talento superlativo que literalmente estaba a punto de estallar.
Ni los más optimistas en el sello Columbia Records/Epic soñaron que “Faith” dominaría las listas de singles durante todo 1988 colocando cinco sencillos en el Top 5 de la lista Billboard, que sería coronado con el premio Grammy al disco del año y que acabaría vendiendo más de 25 millones de unidades. En realidad el éxito de “Faith” estribaba precisamente en que no pretendía esconder su propósito de convertirse en un producto de consumo masivo, no había truco, se trataba sencillamente de un álbum extraordinariamente accesible para todos los públicos, sin un solo corte de relleno, un trabajo tan afinado, perfectamente diseñado y de un acabado tan luminosamente perfecto que por méritos propios pasó de manera inmediata a ser considerado obra maestra del pop mainstream.
wham-25-02-2015-b copia
Honestamente, Wham! no me llamaban la atención de manera especial. Es verdad que ‘Wake me up before you go go’ era tan tonta que resultaba divertida, al fin y al cabo era uno de esos muchos hits que recorrieron los ochenta y que sin lugar a dudas había canturreado en alguna sesión vespertina en la sala Jácara o en la discoteca Oh! Madrid. Eran muy populares entre el público femenino y, qué quieren que les diga, si llegado el momento uno tenía que perder parte de su dignidad vociferando el éxito del dúo a cambio de quién sabe qué tipo de recompensa amatoria, pues se perdía. Y allí estaba yo con mi amigo Gonzalo haciendo de George y Andrew mendigando un mísero beso o tal vez en el mejor y muy improbable de los casos rozar tímidamente una teta. Casi nunca funcionaba, pero cuando lo hacía… ¡vaya si valía la pena!
Qué terrible castigo es la adolescencia. Ahora que vivo la de mi hijo rezo para que la pase rápido. Son las siete de la tarde de un sábado cualquiera y seguramente en este momento esté cantando junto a su grupo de amigos alguna canción de One Direction tratando de impresionar a una muchacha. Los años pasan y seguramente el estilo haya cambiado, aunque mucho me temo que los objetivos deben ser los mismos.
Mi primera escucha de “Faith” tuvo que ser necesariamente en el salón de casa y en el plato de la fabulosa torre estereofónica de la marca Pioneer que mi madre había regalado a mi padre en su cuarenta cumpleaños algunos años antes. No había otro tocadiscos en toda la casa así que tuvo que ser allí. George Michael, atrapado en un papel de ídolo adolescente y sex symbol que detestaba, necesitaba “Faith” para enterrar a Wham! y poder ser libre (“es como un albatros apretándome el cuello”, llegó a decir). Para dejar las cosas bien claras desde el principio, el álbum se abría con ‘Faith’ –la canción- que incluía en sus primeros treinta segundos una reinterpretación del clásico del dúo, ‘Freedom’, a modo de marcha fúnebre, creciendo en fade-in hasta el riff rockabilly que todos reconocemos hoy. En menos de un minuto, Michael había logrado llamar la atención, mostrar personalidad y motivos más que suficientes para seguir escuchando. Muy a su pesar no conseguiría desprenderse de la etiqueta de rompecorazones que le asfixiaba, aunque musicalmente dio un brinco monumental, todo se hizo de repente verdadero y fue su perfecta tarjeta de presentación.
Recientemente y sobre el lanzamiento de la reedición de “Faith” en 2010 leí algo sensacionalista pero bastante exacto: “…un trabajo de una brillantez imponente y por la que cualquier artista pop de la historia, exceptuando quizás a un par de ellos, hubieran matado”. Era un “grande éxitos” disfrazado de un disco con canciones nuevas, un monumento pop. Desde 1987 casi todos los álbumes nuevos de artistas pop masculinos han buscado desentrañar la fórmula de éxito de “Faith”, esa increíble combinación de música de calidad, éxito comercial masivo, respeto unánime de críticos y coherencia entre lo musical y la propuesta visual de videos y arte gráfico. Salvando las distancias, a excepción de Justin Timberlake me atrevería a decir que ninguno lo ha conseguido.
El triunfo de este disco fue su capacidad para capturar lo mejor del pop, el R&B y la música dance de una manera ingenua pero tremendamente efectiva, fusionándolas de modo que parecieran una sola cosa. Dentro se escondía un cantante verdadero, capaz de brillar en una propuesta genuinamente funky (‘Monkey’), ser creíble en su espíritu pop rock (‘Faith’), emocionante baladista (‘One more try’), calibrar de manera ajustada su propuesta lúdica más dance (‘I want your sex’) o deslumbrar como crooner de un humeante club de jazz (‘Kissing a fool’). En todas ellas deslumbra, pero aquellas canciones apenas modificaron la idea generalizada de artista prefabricado, por mucho que él escribiera, tocara la mayoría de instrumentos, arreglara y produjera completamente el álbum para asombro de medio planeta.
Desde un punto de vista puramente técnico, Michael demostró verdadera destreza en las tareas de producción. Grabado en los estudios Sarm West de Londres y Puk Studios en Dinamarca, contó con Chris Porter como ingeniero, quien hasta la fecha tenía como mejor aval laboral el haber participado en las sesiones de grabación del Scary Monsters de Bowie. El cantante grabó la mayoría de instrumentos a excepción de algunos bajos y guitarras. La parte esencial de teclados la dejaría en manos de Chris Cameron, excelente músico y responsable del órgano catedralicio en la intro del trabajo y tipo simpatiquísimo con el que, por cierto, tuve la oportunidad de trabajar años más tarde durante la grabación del disco “Sereno” de Miguel Bosé. Hablaba de “Faith” como su Everest particular.
La gran mayoría que disfrutó silenciosamente ‘I Want Your Sex’ en sus casas siguió despreciando al guapo del dúo. Michael vendió millones de discos, pero misteriosamente sus compradores nunca mencionaron en público lo bueno que era el artista, como si por el acto de alabarle su propia credibilidad personal y musical se desvaneciera. Al fin y al cabo, pensarían que no era más que un insignificante chulillo venido a más que había pertenecido a un olvidable dúo para niñas histéricas, un estúpido e inexplicable prejuicio asociado a determinadas estrellas y que retrataba perfectamente a la mayoría de los detractores del pop adulto contemporáneo de éxito.
Pero él gozaba de un gusto exquisito. Su disco favorito durante la grabación de aquel debut en solitario fue la grabación de “The Girl From Ipanema” de Stan Getz y Joao Gilberto en 1964. Estaba obsesionado con el primer disco en solitario de Peter Gabriel, “Peter Gabriel I”, el “Captain Fantastic And The Brown Dirt Cowboy” de Elton John y el “Aladdin Sane” de David Bowie. Si uno sabe buscar entre líneas y mira sin revolver encontrará un poquito de cada uno de ellos en “Faith”.
Como primer sencillo, lanzó ‘I Want Your Sex’. A pesar de que Wham! no me interesaran demasiado, sí lo hacían las muchachas, y gracias a una de ellas, de manera indirecta me di de bruces con su versión audiovisual, iniciando desde entonces un breve idilio con la fórmula del videoclip. Era un reportaje monográfico dedicado a la exuberante belleza de la novia del cantante en ese momento, Kathy Jeung, una joven asio-americana verdaderamente hermosa. En plena erupción de la MTV, el videoclip rotó en las televisiones de medio planeta hasta la extenuación coincidiendo con mi propia ebullición hormonal.Había logrado otro éxito: añadir un potente complemento visual a cada uno de sus sencillos. Si la música era buena, los videoclips debían necesariamente estar a la altura, entendiendo perfectamente el modelo de negocio que dominó la década de los ochenta.
El excantante de Wham! no se guardaba nada en la cara A, abriendo desde la misma puerta de entrada con ‘Faith’, ‘Father figure’, ‘I want your sex’, ‘One more try’ y ‘Hard day’, hit, hit, hit, hit, hit. Un pequeño descanso con ‘Hand to mouth’ y ‘Look at your hands’, dos piezas brillantes que no llegaron a sencillo, y de vuelta a los éxitos con ‘Monkey’, ‘Kissing a fool’ y ‘A last request’. Un disco donde ninguna canción sonaba ni remotamente parecida a la anterior pero, por arte de magia, ofrecían una paleta homogénea al conjunto del álbum.
George-Michael-Faith-b-25-02-2015
Hasta la llegada de “Faith”, la percepción generalizada del gran público era que si alguien escribía canciones pop era porque en realidad no tenía la personalidad de hacer algo con más carácter, sin pararse a pensar que quizás era algo que el artista había escogido de manera intencionada. Siguiendo el camino que había marcado Michael Jackson, George Michael devolvió al pop el respeto que había perdido durante gran parte de los años setenta y la primera mitad de los ochenta.
Si uno echa un vistazo a los lanzamientos musicales de 1987 aquel triunfo no es ni mucho menos una victoria menor. Además del mencionado “The Joshua Tree”, aquel año se publicaron muchos discos millonarios: el “Appetite for destruction” de Guns N’ Roses, “Bad” de Michael Jackson, “Tunnel of love” de Bruce Springsteen, “Sign of the times” de Prince o “Nothing like the sun” de Sting por citar solo unos pocos, todos ellos etiquetados como discos imprescindibles y clásicos en la historia de la música popular. “Faith” los barrió a todos.
Tras aquel éxtio mucha gente sencillamente no podía soportar a George Michael. Era tan perfecto, tan prefabricado, tan descarado, tan famoso, tan rico, tan insultantemente arrogante que irritó a todo el mundo. Había logrado hacerse un nombre y reunir una inmensa fortuna escribiendo canciones pegadizas. Desde los días de Wham! escribía –en raras ocasiones co-escribía–, cantaba, tocaba diferentes instrumentos, arreglaba y producía todos sus discos. Era un chico salido de un barrio de Londres con el instinto comercial de tener listas en el momento justo las canciones perfectas para la radio, el atractivo para atraer los gritos de chicas y chicos de toda condición y un profundo conocimiento de las herramientas de marketing necesarias para devorar el mercado. Supervisaba los temas de negocio personalmente: era de esos artistas que visitaban Tower Records para confirmar que su disco estuviera perfectamente colocado en el mejor escaparate de la tienda. Con su pendiente de crucifijo bailaba en sus videos enfundado en una chaqueta de cuero o en un inmaculado traje blanco, luciendo rubio oxigenado y afeitado de una manera asquerosamente perfecta, y todo le quedaba bien. Tenía un nombre increíblemente bueno para ser una estrella del pop: George Michael. Naturalmente también era falso –Georgios Kyriacos, recuerden–. Solo tenía 24 años, tres menos que Prince y cinco menos que Michael Jackson, y ya vendía más que ellos. Durante gran parte de su carrera no había tenido credibilidad alguna. Lo sabía y francamente no le preocupaba en absoluto. Tenía “Faith”, y esa era su venganza.

PUBLICADO EN EFE EME el 25 de Febrero de 2015

miércoles, 18 de febrero de 2015

, ,   |  1 comment  |  

Placeres Culpables: Madonna

A lo largo de su historia, la música popular nos ha dejado discos con ventas deslumbrantes aunque de escaso valor artístico, y otros muchos trabajos superlativos a pesar del permanente menosprecio general por el terrible pecado de ser superventas “mainstream”. Tras publicar “Cintas de cassette” (Bubok Publishing, 2012), Óscar García Blesa editará “Placeres culpables” (Bubok), un acercamiento personal y ligero a la música pop a través de trabajos icónicos, que EFE EME publicará en exclusiva antes del lanzamiento del libro.
Director de marketing en Warner, director del sello RCA, responsable del relanzamiento de Napster y profesional del negocio de la música desde hace veinte años, el autor se deja guiar solo por el poder de las canciones e invita a dejar de lado cualquier prejuicio para disfrutar abiertamente y sin escrúpulos de música verdaderamente valiosa.

“No te equivoques. Aunque encajo en el molde de la típica rubia tonta que canta, hay mucho más de lo que posiblemente seas capaz de pillar a la primera”
Madonna, “Smash Hits”, 1984.
Sinceramente, en la España de 1984 el PSOE de Felipe González, la ‘Venezia’ de Hombres G, la muerte de Paquirri, Fernando Martín y Michael Jordan en la final de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles o incluso un desconocido Jordi Pujol recién elegido President de la Generalitat eran asuntos mil millones de veces más populares que aquella muchacha menuda que se hacía llamar Madonna.
Publicado en noviembre de 1984, “Like a virgin” era su segundo trabajo para Sire/Warner. Su primer disco, “Madonna”, editado solo un año antes, era un divertido y efervescente álbum en el que ya se encontraban canciones francamente respetables (‘Lucky star’, ‘Borderline’ o ‘Holiday’ llegaron al top 10 sin despeinarse, toda una hazaña para una completa desconocida recién llegada de un pueblo de Michigan), canciones que habían levantado los sólidos cimientos de una carrera que solo acababa de comenzar y que permitían intuir el huracán que estaba por venir. Particularmente me encontraba atravesando mí fase “Born in the U.S.A.”, ese espacio de abducción temporal por el que en mayor o menor medida me temo que se vio atrapado medio planeta casi sin saberlo en algún momento de 1984. De alguna forma y posiblemente de manera no intencionada,Madonna ofreció con “Like a virgin” otra alternativa menos profunda y dramática que la que proponía el Boss. Todos disfrutábamos con el rock polvoriento de carreteras secundarias y esa actitud campechana tan auténtica que desprendía Bruce Springsteen, no cabe duda. ‘Glory days’, ‘No surrender’ o ‘Cover me’ son canciones extraordinarias, pero los problemas que abordaba Springsteen no dejaban de pillarnos algo lejos, era todo muy de campo, más de Arkansas o Idaho que de Albacete o Toledo, demasiado americano, si se me permite el eufemismo. Madonna era una muchacha de barrio, la vecina del segundo, la prima mona que cantaba en las fiestas de cumpleaños, la chica faltona y malhablada que podría haber llegado desde Brooklyn o de Coslada. Esa era su victoria, esa irresistible y extraordinaria normalidad hecha y concebida desde una propuesta exquisitamente ordinaria.
Las cosas dieron un giro definitivo a la vuelta de las vacaciones de navidad de 1984. Las chicas de mi clase acostumbraban a decorar sus carpetas del colegio con fotos de mocetones de todo pelaje. Por aquellas tapas duras de archivador era habitual encontrarse con el torso desnudo de Rob Lowe o con Ralph Maccio, aquel imberbe protagonista de “Karate kid” practicando la técnica de la grulla a página completa. En enero de 1985, muchos de aquellos niñatos desaparecieron de los collages aplastados bajo una capa de aironfix para dar paso a una chica: Madonna.
portda-placeres-18-02-15
Yo tenía 13 años cuando “Like a virgin” aterrizó en las estanterías de las tiendas de discos. No sé cuántas copias se habían vendido de su primer trabajo en España, difícil precisar ese dato, pero intuyo que a duras penas alcanzó el disco de oro de la época (50.000 unidades). Por aquí en 1984 estábamos a otras cosas. ¿Saben ustedes quién ocupaba el número uno de Los 40 Principales en 1984? Pues bien, Chiquetete con ‘Esta cobardía’, Jose Luis Perales y su ‘Tentación’ o ‘Fotonovela’ de Iván tuvieron el honor de ser lo más escuchado en España aquel verano. Interesante también la sucesión de éxitos felinos que vivimos entre el 26 de mayo y el 9 de junio del mismo año: ‘Lobo hombre en París’, ‘El hombre lobo’ y ‘Los ojos de gato’ (La Unión, Azul y Negro y Luz Casal también se auparon hasta lo más alto de la lista). Sería injusto y poco objetivo por mi parte no mencionar que ese año también alumbró ‘Thriller’ o ‘Radio GaGa’, aunque de Madonna no había noticias. En 1984 todavía nos preguntábamos quién era esa chica.
Madonna Lousie Veronica Ciccone (Michigan, 1958) llegó a Nueva York en 1977 con la clara y sana intención de triunfar persiguiendo él demasiadas veces mitificado sueño americano. No deja de ser fascinante esa extraordinaria determinación de la Ciccone para lograr lo que se proponía. A toro pasado, uno tiene la sensación de que Madonna siempre hubiera estado ahí, aunque ciertamente no es así. Hasta 1982 trabajó en Dunkin Donuts, dormía en una sinagoga abandonada en Queens y paseaba por la gran manzana con pulseras de pinchos, vaqueros rotos y el pelo muy corto y decolorado. En lo artístico, había salido de gira como bailarina con el cantante francés de música disco Patrick Hernandez y se presentó a una audición para “La última tentación de Cristo”, de Martin Scorsese.
Era (es) una mujer con las ideas muy claras (“Al llegar a Nueva York necesitaba un mánager y pensé, ¿quién es la persona de más éxito en el negocio y quién es su mánager?”). La respuesta era Michael Jackson, y su mánager en ese momento, Freddie DeMann. No hace falta decir que DeMann se rindió como el resto del planeta. Mítica es su primera visita a Sire Records. Al preguntarle su A&R qué esperaba de sus canciones y esperando un típico “dar a conocer mi arte”, Madonna sencillamente respondió “quiero dominar el mundo”. La firmaron instantáneamente y en 1983 junto al productor Reggie Lucas (el mismo que luego la dejaría tirado) inició la grabación de “Madonna (the first album)”, un álbum de disco dance sintético repleto de bajos moog, cajas de ritmos y mucho sintetizador, un trabajo que a pesar del menosprecio inicial obtuvo críticas más que decentes y sobre todo y ante todo pronóstico vendió la nada despreciable cifra de 2,8 millones de copias solo en U.S.A. en su primer año, cinco millones un año después y más de 10 en todo el mundo, toda una proeza para aquella chica pequeñita y algo hortera.
Lista como una ardilla y prendada por su trabajo en el “Let’s dance” de David Bowie, Madonna reclutó a Nile Rodgers (Chic) como productor de su nuevo disco. Rodgers, que además de producir tocó las guitarras del disco, se hizo acompañar de sus antiguos compañeros en Chic, el bajista Bernard Edwards y Tony Thompson a la batería, para iniciar la grabación del álbum en los estudios Power Station de Nueva York. En este álbum mostró a la cantante como una intérprete versátil y artística en un álbum con sencillos excelentes. Destapó una artista de talento colosal con mucho estilo y desbordante alegría en un disco espontáneamente calculado (una cualidad que de alguna manera forma parte de su propia personalidad), pero que no alteró el equilibrio del conjunto. Los cálculos de Rodgers le convierten en pieza esencial del trabajo y hace que la música sea algo menos mecánica, a diferencia de su debut. De “Like a virgin” se extrajeron hasta cinco sencillos, de los que la canción homónima, ‘Into the groove’ y ‘Material girl’ ocuparon el número 1.


Madonna y Rodgers agruparon un conjunto de canciones imbatible. ‘Material girl’ incorporaba elementos new wave, con sintetizadores y un estribillo irresistiblemente machacón; ‘Angel’ era el tesoro oculto, sujetado con solo tres acordes ascendentes; ‘Like a virgin’ con una línea de bajo inolvidable sigue conservando la ambigüedad y frescura del primer día. ‘Over and over’ es otro clásico dance pop, ‘Love don’t live here anymore’ era una versión de Rose Joyce, su primera gran balada; ‘Into the groove’ (aunque no pertenecía a la primera edición del disco) se incluyó a raíz de su debut cinematográfico, “Buscando a Susan desesperadamente”, y fue un éxito en las pistas de baile. ‘Dress you up’ era ingenua y de una sencillez melódica apabullante. ‘Shoo-Bee-Doo’ escondía un homenaje a la música Motown, cercana al doo-woop y con paralelismos a los grupos de chicas de los años sesenta, como Shirelles o Crystals. Y ‘Pretender’ y ‘Stay’ cerraban un disco redondo concebido sin ninguna humildad para la conquista del planeta y certificar de manera definitiva que lo de su primer álbum no era fruto de la casualidad.
“Like a virgin” llegó a las tiendas reclinada en una sábana con un ramo de flores en su regazo y usando un vestido de novia. La portada del disco revelaba una imagen fetichista y sexual. El maquillaje, los labios fruncidos y el cabello despeinado, los guantes largos, el cinturón con la palabra Toy-boy… cada detalle hicieron que Madonna se convirtiera no solo en una figura de virtud, sino también de deseo. La portada fue tan importante para su reinvención como la música en sí misma.
madonna-like-a-virgin-18-02-2015
Su imagen fue otro impulso para dejar bien claro que ella tenía la última palabra en cuanto a la moda para mujeres y jóvenes en aquella época, el epítome de la genialidad. Aquella portada fue uno de los momentos más impactantes, liberadores e influyentes en la historia de la cultura y moda pop, millones de jóvenes de todo el mundo, incluyendo las chicas de mi colegio de Madrid, la imitaron desde el corte de pelo hasta los pendientes, en cada barrio y en cada escuela emergían réplicas de la Ciccone. La moda nunca volvió a ser la misma y aquella ambigüedad de la fotografía, a medio camino entre la Virgen María y una prostituta, fue toda una declaración de independencia, un mensaje explícito para que cada quién escogiera que es lo que quería ser.
Blanco de los críticos conservadores, este trabajo vendió más de 21 millones de copias, un éxito global sin precedentes en un artista pop femenino –en diferente plano tan solo Barbra Streisand podría discutirle semejante poderío–, y el nacimiento de una estrella irrepetible. De acuerdo al periodista y biógrafo J. Randy Taraborrelli, “Cada artista importante tiene al menos un álbum en su carrera cuyo éxito crítico y comercial se vuelve el momento mágico del artista; para Madonna, “Like a virgin” fue ese momento decisivo”. Las Navidades de 1984 los adolescentes hacían fila en las tiendas para comprar el álbum de la misma forma en que sus padres lo hicieron para comprar los discos de The Beatles a finales de los sesenta.
Madonna-Placeres-18-02-14
Con “Like a virgin” Madonna demostró que no era cantante de un solo éxito fortaleciendo su impaciente afán de crecimiento creativo y su habilidad innata para la elaboración de buenas canciones con su segundo disco, un álbum en el que despeja todas las facetas de la compleja personalidad del personaje que ella misma había creado, esa mezcla de espabilada reina del baile con el encanto sensual de Marilyn Monroe, la frialdad de Marlene Dietrich y la labia cortante de Mae West. Madonna inventó un personaje fascinante sujetado por un trabajo artístico notable donde siempre fue consciente que de no haber tenido grandes canciones todo el castillo se hubiera derrumbado y su carrera hoy engrosaría las listas de “one hit wonders”. Los que decididamente fueron a por ella, (y fueron muchos), no tuvieron más remedio que claudicar ante el triunfo global de la Ciccone. Quizás su reconocimiento no fue inmediato, pero Madonna era (es) lista y muy muy paciente.
Con este álbum, la artista afirmó su sexualidad como solo le estaba permitido a las estrellas masculinas hasta ese momento; su propuesta musical llegó a sitios donde hasta entonces ninguna estrella pop tradicional hubiera llegado; sus canciones eran motivo de debate en foros de sexualidad, religión, raza… sitios prohibidos para el modelo conservador y lugar en el que ella (y las millones de jóvenes imitadores que aparecieron en cada rincón del planeta) se sentía francamente cómoda. Si, definitivamente Madonna era la estrella musical femenina más grande que jamás hubiera existido. La idea de que una mujer tuviera el control de su vida sexual y de su carrera era tan novedosa que se convirtió en el personaje con más impacto en el pop y la cultura popular en años. Fue un modelo de actitud y moda para millones de jóvenes, muchas de ellas criadas bajo estereotipos feministas que condenaban la imagen de la mujer que utilizaba su belleza para triunfar. Utilizó su feminidad como ejemplo de igualdad de oportunidades, sin ser la más guapa, la más alta y ni mucho menos la que mejor cantaba logró la dominación global y el estatus de icono cultural con inmensas dosis de actitud y declarado talento.
madonna_like_a_virgin_18-02-15-b
Era 1997 cuando trabajé con Madonna. Venía a España para presentar “Ray of light” y anduvo por aquí haciendo promoción un par de días. En un ejercicio absurdo de matemáticas, solo habían transcurrido doce años desde “Like a virgin”. Es decir, la Madonna del 97 estaba más cerca de “Into the groove” que de Rebel Heart, iniciando la juventud de su carrera después de pasar la posadolescencia y consciente de que su plan de dominación mundial no estaba ni siquiera a mitad de camino. Aquella mujer ya no era tan menuda a pesar de medir el mismo número de centímetros. Era una estrella gigantesca, no cabe duda, pero la manera de promocionar su nuevo disco dejaba bien claro que el trabajo (dominar el mundo) todavía no estaba terminado. Como ya dije en las páginas de mi libro “Cintas De Cassette”, en el cuerpo a cuerpo no hay artista que impresione más que Madonna. Tan solo necesitas estrecharle la mano para darte cuenta que esos cinco dedos son sinónimo de determinación y poder.
Considerada la mujer más influyente de la música contemporánea, Madonna ha reinventado disco a disco su música y su imagen, su legado a la cultura pop no es discutible, aunque me temo que sus valores musicales han estado injustamente siempre bajo sospecha. Quizá este disco no sea tan innovador como su debut, pero más de treinta años después se mantiene como uno de los artefactos pop más definitivos de la década de los ochenta. Cuatro minutos de cualquier canción de “Like a virgin” escogida al azar sintetiza aquella época mejor que cualquier libro o sesudo documental.

Publicado en EFE EME el 18 de Febrero de 2015 http://www.efeeme.com/placeres-culpables-like-virgin-de-madonna/




martes, 10 de febrero de 2015

  |  No comments  |  

La búsqueda



La búsqueda de la canción perfecta es, por definición, el objetivo último de cualquier músico que se precie. 

Corrientes feistas al margen más preocupadas por una oferta incómodamente ruidista, a lo largo de los años, desde el mismo inicio de la cultura pop construida con los cimientos artísticos que hoy conocemos, cientos de solistas y grupos han ofrecido una gloriosa colección de pequeñas joyas inmortales. 

Obras locales al margen, (me vienen a la cabeza “Mediterráneo” de Serrat, “El Sitio De Mi Recreo” de Antonio Vega, “Insurrección” del Último De La Fila, “La Estatua Del Jardín Botánico” de Radio Futura, “L’estaca” de Lluis Llach, “Groenlandia” de los Zombies, “La Chica De Ayer” de Nacha Pop, “¿Qué Hace Una Chica Como Tú En Un Sitio Como Este?” de Burning,  “Un Buen Día” de Los Planetas, “Flamenco” de Los Brincos, “Maneras De Vivir” de Leño o las menos conocidas “Alud” de Fábula, “Funcionará” de Lori Meyers, “Chup Chup” de Australian Blonde, Deluxe y su “Qué No” o “Copenhague” de Vetusta Morla por mencionar solo unas pocas), la oferta anglosajona de grandes canciones es, sencillamente, inabarcable.

Obviando los títulos obligatorios, esos que necesariamente remiten al “A Day In The Life” de The Beatles, “Blowing In The Wind” de Dylan, “Bohemian Rhapsody” de Queen, “Paint It Black” de los Stones, y a Van Morrison, Bowie, The Eagles, CCR, The Clash, Lou Reed, etcétera etcétera etcétera, ensuciarse los dedos pasando vinilos a toda velocidad en pequeñas tiendas de barrio en ocasiones te regala descubrimientos anónimos en las caras b de discos a priori pequeños. “Staples” de Buffalo Tom en el gigantesco Let Me Come Over“Kayleigh” en Misplaced Childhood de Marillion. “Roscoe” en The Trials Of Van Occupanther de los tejanos Midlake. “No One Like You” incluido en Blackout de, si, los heavys y muy melenudos alemanes Scorpions. Y otras obritas menores sospechosamente impopulares como “Darkest Hour” de Then Jerico incluido en el algo anticuado The Big Area, “Trigger Happy” del Love Story de Lloyd Cole. El precioso y casi inédito “Be Strong Now” incluido en Let It Come Down, primer trabajo en solitario del guitarrista de los Smashing Pumkins James Iha  o, sorprendentemente, el “Someone” del lacrimógeno dúo The Rembrandts, que debutaron con un honradísimo y muy disfrutable disco de pop melódico en 1990.


Por supuesto, la efe eme más comercial no ha dejado de lado canciones sensacionales por mucha etiqueta de mainstream que tuvieran. El último ejemplo “Somebody That I Used To Know” de Gotye, aunque antes ya lo habían hecho Outkast con “Hey Ya!”, Gnarls Barkley con “Crazy”, el “Crazy In Love” de Beyoncé, “Everybody’s Changing” de Keane, “Feel” de Robbie Williams, “Umbrella” de Rihanna, “Rolling In The Deep” de Adele, el “Rehab” de Amy Winehouse o el “I Gotta Feeling” de The Black Eyed Peas, una canción redonda construida de imparable hedonismo con el sano y único propósito de hacer que otros lo pasen bien. Que aburrida es la independencia más recalcitrante cuando insiste en poner la zancadilla a las buenas canciones por el simple pecado de ser piezas populares. Viva la vida. 

lunes, 9 de febrero de 2015

,   |  No comments  |  

Beck se lo lleva. Grammys 2015



Particularmente el MORNING PHASE de Beck me encanta. Que haya logrado llevarse el premio al mejor álbum del año en la ceremonia de los Premios Grammy celebrada ayer no es un triunfo menor para un disco no necesariamente accesible. Es verdad que los grandes focos iluminaron a Sam Smith y su "Stay with me", (Tom Petty no para de recibir alegrías de este chico oye), aunque el premio gordo de la noche lo recogió silenciosamente el bueno de Beck igual de pausado que su disco.

Beck regresó el año pasado con este hermano pequeño (o mayor según se mire) de SEA CHANGE, la colección de canciones sosegadas que lanzaba en 2002, un trabajo mayúsculo y disfrutable de punta a punta. MORNING PHASE ofrece texturas similares, un regreso a las raíces, algo más dramático que su hermano aunque con menos mala leche, más amable en sus paisajes de luces y sombras. 

SEA CHANGE caminaba guiado de un Nick Drake 2.0, de Al Stewart y Gainsbourg. MORNING PHASE camina de la mano de SEA CHANGE, es decir de Beck, un spin off mejorado, un trabajo maduro y renovado, narrado magistralmente por un Beck algo más rural en estado de gracia. Beck canta bien y hay canciones, algo a lo que no siempre nos tiene acostumbrados.

Un apunte insignificante en este nuevo universo de compresión digital. El sonido del álbum desde una perspectiva puramente de ingeniería es increíble. Parece una estupidez destacar que un disco suene bien en 2015, pero no todos lo hacen, créanme. Además del premio ya mencionado, MORNING PHASE se llevó al de mejor ingeniería, un estimulo para todos los que disfrutan de canciones bien grabadas. 

  |  No comments  |  

Cervantes, ¿Eres tú?


Parece que al bueno de Miguel al final lo han encontrado. Me cachis, él que había hecho todo lo posible por permanecer al margen de los focos todos estos años.  
Entre los trozos de un ataúd de madera carcomida por el paso de los siglos, el equipo de investigadores que busca a Miguel de Cervantes ha encontrado una prueba que podría resultar concluyente: las iniciales M. C., remachadas en hierro, están incrustadas en uno de los laterales del féretro, en cuyo interior además se han encontrado varios huesos. Será el análisis de los mismos, que está previsto que se realice en las próximas horas, lo que confirmará si se trata o no de los restos del autor del Quijote, fallecido en 1616.
Nueve meses han sido necesarios para que una treintena de expertos haya accedido por fin a las entrañas de la iglesia del Convento de las Trinitarias de Madrid, en el barrio de Las Letras, el lugar en el que según las referencias documentales de la época se cree que fue enterrado el escritor. Los trabajos de exploración de las sepulturas que atesora la cripta comenzaron este sábado en medio de una gran expectación mediática. Un portavoz del Ayuntamiento de la capital ha confirmado el hallazgo en el nicho número uno.
El hueco en cuestión parece haber sido rellenado con escombros como tejas y restos de ladrillos, lo que hace suponer que "allí se hayan colocado restos de otros enterramientos anteriores". De hecho, aparte del retazo con las iniciales M. C., en su interior también se han hallado "maderas que parecen tener otro origen y desechos de más féretros", lo que hace pensar a los investigadores que en ese mismo dentro hay restos óseos de varios individuos.
,   |  No comments  |  

Momentos Delirantes (Extracto CdC)



El negocio de la música me ha regalado momentos inolvidables. Muchos, casi todos, han estado directamente relacionados con algún fin artístico detrás, (grabaciones, rodajes, conciertos, sesiones fotográficas…). Pero también ha habido otros sencillamente delirantes. Una lista con las diez situaciones de surrealismo más desordenado en mi vida necesariamente tienen que incluir los siguientes pasajes:

Momento Delirante #1.- Recoger del suelo a Rod Stewart antes de una rueda de prensa en Madrid y pedirle, por favor y sin éxito alguno, no realizar el photo call tirado en el hall del hotel con la copa de whisky en la mano.[2]

Momento Delirante #2.-Durante una rueda de prensa de la artista de Música Celta y New Age Loreena MacKennit presentando su álbum The Book Of Secrets (Warner 1997), la intérprete y traductora contratada para ese día sufre un inesperado contratiempo a última hora y no aparece. Debo sentarme al lado de la artista y traducir sus palabras a los periodistas. A pesar de que mi inglés es moderadamente bueno, no entiendo ni una palabra de la canadiense, (MacKennit utiliza una mezcla de Inglés, Gaélico y Bable incomprensible). Así que me lo invento.[3]

Momento Delirante #3.- Visionar el último video de Cher con Cher sin maquillar, vestida con lo que a mí me parece un abrigo-bata-gabardina y un gorro de esquiar negro colgando de la cabeza.[4]

Momento Delirante #4.-Trabajar con Falete[5].

Momento Delirante #5.-Cocinar hamburguesas con la madre de Dave Grohl y el batería de Nirvana en la barbacoa de su casa.

Momento Delirante #6.-Al alba, mirar al cielo desde un autobús urbano en Zaragoza y ver planetas desconocidos con J de Los Planetas.[6]

Momento Delirante #7.-Pasear con Miguel Bosé por los pasillos de un 747 para estirar las piernas ante la algarabía y vítores del pasaje.[7]

Momento Delirante #8.-Sacar de la cama a Pancho Céspedes. Muchas veces. Muchos días[8]

Momento Delirante #9.-El festival de Eurovisión ya es en sí mismo un delirio. En 2006 los europeos decidimos tomarnos a guasa el certamen votando masivamente al grupo Finlandés de Hard Metal Lordi. Durante su visita a Barcelona un mes más tarde, disfrazado desde los pies hasta la coronilla, uno de los miembros del grupo sufrió un repentino ataque alérgico justo delante de mí, intoxicado por el latex de su máscara.[9] 

Momento Delirante #10.-Sentarme con Albert Plá para diseñar de manera coherente los detalles de su siguiente disco.[10]




[2] El bueno de Rod Stewart, presentando el aceptable When We Were The New Boys (Warner 1998), después de vaciar el mini bar decidió desparramarse en el suelo del Hotel Villa Magna de Madrid para “vender” su disco. No lo consiguó.
[3] Ante mi asombro, al finalizar la rueda de prensa Mackennit me besó agradecida y los periodistas me felicitaron.
[4] Cher visito las oficinas de Warner en Lopez De Hoyos durante el momento de éxito global de su single “Believe” (Warner 1998). Acababa de recibir una copia en betacam del segundo video clip del disco, (juraría que “Strong Enough”, aunque es posible que también pudiera ser “Dove L’amore”). El hotel no disponía de reproductor Beta.
[5] Surrealista, demencial, caótico, disparatado, exagerado, alucinante, desproporcionado…no hay palabras.
[6] …y platillos volantes, y alienígenas, y seres de otras galaxias…
[7] Viajábamos desde Santiago De Chile a Madrid después de una entrevista en el programa de la modelo y presentadora Cecilia Bolocco. Aquel paseo a 10.000 metros de altura no fue una gran idea.
[8] Las palabras “promoción” y “por la mañana” no estaban incluidas en el vocabulario de Francisco Céspedes.
[9] Lordi utiliza unas asfixiantes mascaras de monstruo. Hechas de Foam-Latex, los disfraces desprenden un olor a goma irrespirable. Las manifestaciones alérgicas provocadas por el latex pueden ser muy llamativas y peligrosas. El camerino de Barcelona olía como una fábrica de neumáticos. La canción “Hard Rock Aleluyah” obtuvo la mayor puntuación en la historia del festival hasta la fecha, (292 puntos). En 2009 el ruso Alexander Rybak les arrebató el record (387 puntos).  
[10] En concreto “planificábamos” la grabación de su disco en directo “Vida Y Milagros” (RCA 2006). Las reuniones duraban horas. Plá utilizaba palabras y gestos indescifrables para mí. Tal vez se trate de un genio. Es difícil de explicar. Definitivamente el surrealismo es un invento suyo. El verdadero milagro fue que el disco llegara a las tiendas.

  |  No comments  |  

Paul Collins. (Extracto CdC)



Muchas noches, después de cerrar el Traste, me pasaba por casa de Ernesto y tomabamos un último trago en compañía de un buen disco. Ernesto tenía una colección de primera. Mucha Nueva Ola, Echo & The Bunnymen, Orange Juice, Graham Parker, cosas sueltas de Elvis Costello y Jonathan Richman y por supuesto, toneladas de material Beatles.
Tenía un apartamento pequeñito en la parte nueva del pueblo. Un salón recibidor con cocina incluida, un cuarto de baño y un dormitorio, el clásico nidito de soltero, (divorciado en su caso). Eso era todo.
Como Ernesto era el propietario de una tienda de instrumentos, la casa estaba llena de guitarras, cables, panderetas y demás cachivaches propios de un músico. Allí, arrancarse por Lennon y McArtney no resultaba especialmente difícil.
Una de esas madrugadas, mientras veíamos como la noche lentamente se convertía en día, rebuscó entre sus vinilos y dio con algo que dijo me iba a gustar mucho. Apuró su Coca Cola Light y acompañó la aguja del plato hasta el primer corte del álbum de debut de The Beat.
Era un disco cortito y lo escuchamos de un tirón, agotados, casi sin dirigirnos la palabra, como el que se sienta frente a esa película que ya ha visto cien veces y, pese a conocer de sobra cada una de sus partes, incluido el final, es incapaz de levantarse y dejarla a medias. (En mi caso esto me sucede recurrentemente con la película de Tim Robbins y Morgan Freeman Cadena Perpetua).
Para tratarse de un disco de Power Pop, con ritmos encendidos, bases rítmicas desbocadas y guitarras distorsionadas, aquella primera vez lo disfrute concentrado y en silencio.
Aquel disco era sensacional. Y lo sigue siendo, claro. The Beat, artefacto sonoro creado por Paul Collins, quien en su día fuera batería del seminal y casi desconocido trio The Nerves, en 1979 se había convertido en la apuesta de la CBS americana para liderar la batalla comercial que en ese momento estaba ganando el grupo de moda en EEUU: The Knack.
The Nerves lo formaban tres tipos de un talento deslumbrante: Jack Lee, (autor de “Hanging On The telephone”, primer single del grupo y canción que más adelante recuperaría Blondie para iniciar su conquista del planeta). Peter Case, quién tras The Nerves iniciaría una segunda etapa al frente de los imprescindibles The Plimsouls, y por supuesto, Paul Collins. 



The Beat publicó su ábum homónimo en 1979, un disco plagado de píldoras adictivas de tres minutos. “Rock N’ Roll Girl”, “I Don’t Fit In”, “Different Kind Of Girl”, “Don’t Wait Up For Me”, “You Won’t Be Happy” y “Walking Out Of Love”… Un trabajo gigantesco que fue un tremendo batacazo.
La historia del rock tiene esas cosas. No siempre funciona lo que debiera. CBS en 1982 dio una segunda oportunidad al grupo con The Kids Are The Same, un nuevo fracaso y a la calle.

Bien es cierto que a The Knack tampoco le fue mucho mejor en EMI/Capitol, y más alla de un recordado debut, no pasó gran cosa con el grupo. Es sí, a diferencia de The Beat, The Knack logró colar un sencillo en la popularmente conocida Lista De Clásicos. “My Sharona” es la canción por la que siempre serán recordados, algo que, desafortunadamente, no logró el bueno de Paul Collins.

Ooh my little pretty one, pretty one. 
When you gonna give me some time, Sharona? 
Ooh you make my motor run, my motor run. 
Gun it comin' off the line Sharona 
Never gonna stop, give it up. 
Such a dirty mind. Always get it up for the touch 
of the younger kind. My my my i yi woo. M M M My Sharona...[1]


Coincidencia o destino, el caso es que en 1994, al calor de su disco en solitario From Town To Town, en su mini etapa Country Folk, entrevisté para el fanzine a Paul Collins.
Paul hablaba español perfectamente, (en realidad Collins era lo más parecido a una casi estrella internacional, quién se había construido una más que solida reputación como artista en España a lo largo de los años, varios discos en sellos locales y cientos de conciertos). Más alla de las típicas cuestiones técnicas y aburridas sobre la promoción del disco, dedicó gran parte de nuestro encuentro a hablar de su recién creado sello Wagon Wheel, de la posibilidad de reunir a Michael Ruiz y Steve Huff en una hipotética resurrección de The Beat, de Bruce Botnick, productor de The Beat, y más conocido por su trabajo con The Doors, y de otro montón de cosas relacionadas con el pop de guitarras, algo que a los dos nos fascinaba.
-“Estas un tiempo parado y todo vuelve a ti otra vez, asi que, ¡No tires tus viejas camisetas!”.
En efecto, más de quince años después del lanzamiento de The Beat, el pop rock internacional vivía a mediados de los noventa una especie de recuperación de los estereotipos y argumentos estilísticos de los grupos de la Nueva Ola. Con esa frase, Paul vino a decir que todo estaba inventado, nada es en realidad original ni nuevo. Detente el tiempo necesario, y con paciencia, volverás a estar de moda haciendo exactamente lo mismo que hacías años atrás. Verdad verdadera. Durante esa época, la prensa inglesa, ávida de etiquetas, creó la poco original NWONW (New Wave Of The New Wave), con bandas como Elastica, Sleeper, Menswear, Shed Seven o Echobelly como estandartes del movimiento. Hoy, más de quince años después, todos esos grupos son perfectamente prescindibles, producto de una necesidad temporal artificial sin sustento real en las canciones. ¿Alguién podría tararear un solo sencillo de S*M*A*S*H?, creo que no. ¡Y en su momento parecían los nuevos The Clash!

En 2001, al acabar un concierto, volví a hablar con Paul despúes de algún tiempo sin hacerlo. Le pregunte como estaba y en que andaba metido. –Componiendo y tocando- me dijo. ¿Que otra cosa si no? Servir cocktails, por ejemplo.
Paul Collins había montado Manhattan Martini Bar, una coctelería en la calle Moratín, (una antigua cervecería antes conocida como El Siglo). Aún con los azulejos originales pero con una iluminación más íntima, el local estaba decorado con fotos antiguas del Skyline de Nueva York. Collins atendía la barra sirviendo magnificos combinados, y alguna vez, poco antes de cerrar, agarraba su guitarra y recuperaba en petit comité sus viejas canciones. Un lujo.
Collins no dejó nunca los escenarios. Fui a verle muchas veces durante los noventa. En solitario o con banda, sus shows siempre ofrecían ese plus que solo pueden dar los artistas con grandes repertorios. Y en su caso, su verdadero activo era precisamente ese, catorce o quince canciones demoledoras.

Recuerdo con especial cariño el concierto de la Paul Collins Band en el Parquesur de Leganes en marzo de 1994. Aquel día me llevé de acompañante a mi hermano Guillermo, quién a fuerza de escucharme, no había tenido más remedio que claudicar ante las canciones de The Beat.



Entre 2001 y 2002 acababa de fichar para Warner al grupo vigués Lombardi, un cuarteto de pop acelerado bastante resultón. Su líder y voz cantante era Mon Cancela, una locomotora humana, personaje peculiar y primo de Ivan Ferreiro.
En el proceso de mquetas propuse a Mon la idea de hacer una versión de “Don’t Wait Up For Me” de The Beat, canción que encajaba perfectamente con el estilo del grupo. Le dije de hablar con Paul y pedirle colaborar en el disco. Mon accedió encantado. [2]
Entusiasmado con la gran idea que acababa de tener, llame a Collins y le dije que si le apetecía podríamos grabar tan pronto entraramos en el estudio. Paul, una vez expuestas sus condiciones, aceptó.
Mon y el resto del grupo no habían oído hablar de The Beat en su vida. Aun es más. Para el arte del disco replicamos algunas de las portadas más icónicas de la Nueva Ola, con fotografías de Jose Luis Santalla y el diseño gráfico de Rafa Sañudo.
Además de la del disco de The Beat, hicimos lo propio con el  Parallel Lines de Blondie, Rocket To Russia de los Ramones y el In The City de The Jam, grupos de los que por supuesto, Lombardi tampoco tenía ni la más remota idea de su existencia. Lo que a priori parecía un guiño cool, en plan sentido tributo a los maestros, se revolvió como un boomerang envenenado contra los cuatro chavales de Vigo.
A mediados de 2002, el álbum Uno de Lombardi salió a la venta. La primera pregunta, de la primera entrevista, del primer día de promoción de su disco de presentación fue algo parecido a esto:
-Entrevistador: “Parece que vuestro álbum está fuertemente influenciado por los sonidos y la estética de la Nueva Ola, ¿Cómo surgen todas estas referencias?.
-Respuesta del grupo: “Bueno, a nosotros nos va más la onda de guitarras, salir a tocar y ese rollo. De los grupos antiguos esos que mencionas, la verdad, es que no los hemos escuchado nunca”.
Juego, set y partido. La credibilidad del grupo y su posterior carrera se desvaneció el misno día que salieron de promoción y abrieron la boca.
Lombardi nunca editó un segundo trabajo.

Durante la grabación de “Don’t Wait Up For Me” en el estudio El Cortijo en la sierra de Málaga, Paul Collins insistió en mostrame sus nuevas canciones.
Quedamos una semana más tarde en la oficinas de Warner en Lopez de Hoyos. Para mí, ante todo un devoto fan de Collins, la oportunidad de escucharle en privado, secretamente agazapado entre las cuatro paredes de mi despacho, resultaba halagadora.
A la semana siguiente Paul Collins apareció en la oficina, puntual, con una gorra que cubría su avanzada alopecia y un flycase negro con una guitarra acústica.
Hablamos menos de cinco minutos antes de que empezara a cantar sus nuevas canciones. Hasta nueve temas salieron de su garganta. Uno de los momentos más auténticamente rockeros que viví en aquel despacho, instantes de fugaz felicidad que, probablemente, nadie pueda ni siquiera imaginar.



[1] “Oh, mi pequeña bonita, bonita, Cuando me vas a dar un poco de tiempo Sharona? Oh tu haces que mi motor se encienda, mi motor se encienda, Como una arma pasandose de la raya sharona, Nunca me detendre, ríndete, solo soy una mente sucia, siempre atenta para el toque del tipo mas joven, Mi mi mi i yi woo m m m mi sharona”, Extraido de “My Sharona”, Get The Knack, EMI Capito, 1979.
[2]Nunca propongas a un grupo hacer una versión de otro artista del que ni siquiera ha oído hablar. Por mucho que les parezca una estupenda idea, no funcionará. El bueno de Mon repitió la jugada en su posterior disco en solitario, versioneando “What I Like About You” de los Romantics. El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.