viernes, 18 de septiembre de 2015

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Placeres Culpables, Nuevo libro ya a la venta


A lo largo de su historia, la música popular nos ha dejado discos con ventas deslumbrantes aunque de escaso valor artístico, y otros muchos trabajos superlativos a pesar del permanente menosprecio general por el terrible pecado de ser superventas “mainstream”. Tras publicar “Cintas de cassette” (Bubok Publishing, 2012), Óscar García Blesa editará “Placeres culpables” (Bubok), un acercamiento personal y ligero a la música pop a través de trabajos icónicos. 


Director de marketing en Warner, director del sello RCA, responsable del relanzamiento de Napster y profesional del negocio de la música desde hace veinte años, el autor se deja guiar solo por el poder de las canciones e invita a dejar de lado cualquier prejuicio para disfrutar abiertamente y sin escrúpulos de música verdaderamente valiosa.






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"Rattle that Lock" David Gilmour Review


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A pesar del indudable ascendente de David Gilmour en la música popular durante los últimos cincuenta años, el bueno de Gilmour no puede presumir de ser un trabajador incansable en lo que a lanzamientos discográficos se refiere. “Rattle that lock” es su cuarto trabajo en solitario, el primero en nueve años desde “On an island” (2006) y la primera colección de canciones verdaderas si no tenemos en cuenta la secuenciación casi instrumental y algo laxa de “The endless river” (2014) construida desde los descartes del ‘The divison bell’ de Pink Floyd. Un hombre tranquilo este Gilmour.
Por esto y por lo que esconde dentro, “Rattle that lock” supone una celebración en toda regla, un trabajo fascinante que hará felices a los seguidores de Pink Floyd y que en la eterna batalla Rogers-Gilmour ofrece dosis de satisfacción infinitas a los defensores del segundo.
Con letras escritas casi en su totalidad por su mujer Polly Samson y con la ayuda puntual de Phil Manzanera, “Rattle That Lock” es una fiera domada de gusto exquisito, un trabajo esplendoroso donde Gilmour explora el concepto global de los sentimientos y pensamientos de un hombre a lo largo de un mismo día. ‘5 a.m.’, puerta de entrada del nuevo trabajo, aporta la información suficiente para saber a quién y a qué nos enfrentamos, una escueta pieza instrumental que encajaría como un guante en cualquier álbum de los Pink Floyd post Waters. Con esta intro Gilmour, inconsciente o de manera deliberada, nos muestra resumidas las credenciales de su curriculum vitae.
El primer sencillo, ‘Rattle that lock’ desconcierta, intimida, asombra. A medio camino entre el suave soul blanco de ¿Robert Palmer? y el agresivo desenfreno rock del virtuoso guitar hero, la pieza desborda emoción y reclama la atención al ritmo de un pertinaz carillón grabado por Gilmour con su teléfono en una estación de tren en Francia, uno de esos trucos de la época dorada del grupo que sujetan unos textos inspirados en el libro “El paraíso perdido” de John Milton.
Grabado en diferentes estudios y coproducido junto a Phil Manzanera, Gilmour llevaba casi cinco años trabajando en estas canciones. ‘Faces of stone’ tintinea como otra obra mayor de los Floyd en una deliciosa suite a ritmo de vals de asombrosa belleza y majestuosa elegancia y donde la voz de Gilmour se acerca cada vez más a las aristas rocosas aguardentosas de Leonard Cohen, cosas de la edad.
En ‘A boat lies waiting’ la guitarra deja paso a un viejo piano grabado por Gilmour en minidisc hace dieciocho años, en este medio tiempo relajado donde las atmosferas corales son protagonistas, un corte en el que la belleza de las voces de David Crosby y Graham Nash empastan casi de manera mágica en una canción tributo al desaparecido Richard Wright.
La parte central del álbum se la reparten ‘Dancing in front of me’, otra pieza clásica de estructura eterna, diferentes pasajes y brillante solo de guitarra ideal para los nostálgicos de Pink Floyd, y la monumental ‘In any tongue’ donde debuta su hijo Gabriel tocando el piano mientras Gilmour se desata en el más bello y rutilante solo de guitarra de todo el disco. Entre las dos canciones más de trece minutos de música para bucear en detalles esplendorosos y arreglos geniales. Una delicia.
‘Beauty’ es otra pieza instrumental, grande, densa, inabarcable, precisa y preciosa y ‘The girl in the yellow dress’ tiene sabor a jazz, con la ayuda al piano de Jools Holland y la colaboración de Robert Wyatt con la corneta y donde Gilmour cada vez se aproxima más a Tom Waits. ‘Today’ camina en su inicio sujetado con el trote moderado de un sublime coro que inevitablemente termina cabalgando bajo un muro de guitarras marca de la casa. Con ‘… And then’, el tercer instrumental del disco, Gilmour cierra este ‘Rattle that lock’, una de las mayores alegrías musicales del curso, un trabajo gozoso y sabio, una mirada a los mejores episodios del músico inglés en un disco con la vista firmemente clavada en nuestro presente, una hermosa colección de canciones para enmarcar y disfrutar sin la prisa que nos exige el tiempo. Sensacional.

http://www.efeeme.com/discos-rattle-that-lock-de-david-gilmour/
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Todos los años lo mismo. Llega el 1 de septiembre, se acaba el verano y toca volver al trabajo. Si quieres evitar el clásico bajón post-vacacional, tenemos la selección musical perfecta: once canciones que te sacarán una sonrisa y te ayudarán a ver el vaso medio lleno. ¡Todo temazos! 

http://www.radioset.es/morninglory/secciones/musica/vacaciones-Escucha-playlist-levantara-animo_27_2045805009.html

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Niños Prodigio

No es fácil dar el salto a niño prodigio a promesa consagrada de la música. Por cada Michael Jackson (miembro de los Jackson 5 antes de convertirse en El rey del pop), hay varios Joselitos que se quedan a medio camino. Repasamos los más impactantes y sus historias de supervivencia musical. ¡No te lo pierdas!

http://www.radioset.es/morninglory/secciones/musica/Mozart-Miley-Cyrus-prodigio-sobrevivieron_27_2048430019.html

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Muse "Drones" Review


Aún con chiribitas, leo con ojos bien abiertos que este “Drones” es el nuevo álbum conceptual de Muse, donde tratan de describir a lo largo de sus canciones el lento despertar de un hombre ante la opresión de la sociedad moderna, el poder de los drones y los controles remotos, la historia de un soldado entrenado para ser una máquina de matar sin cerebro (¿?*%$!). Entiendo que cada nuevo trabajo de un artista necesite de una percha argumental narrativa que les ayude a contar aquí y allá los motivos que les ha llevado de nuevo al estudio, pero quizás, solo quizás, en esta ocasión se hayan pasado un poco de frenada.
Eludiendo premeditadamente el leit motiv de la obra en cuestión, aquí sigue habiendo guitarras de rock épico y progresivo en cada esquina llenas de riffs ansiosos y obsesivos que junto a la voz de Bellamy se levantan como protagonistas principales del cuento. Mutt Lange (AC/DC, Def Leppard) se encarga de la producción, donde básicamente se limita a respetar las señales de identidad que han hecho enormes a Muse: rock progresivo con elementos sintéticos aptos para todos los públicos.
Es un grupo ostentoso, bíblico, desmesurado, deliberadamente exagerado y bastante pedante, pero no por ello risible o cómico, todo lo contrario. Hay mucha música en sus discos y en “Drones” sigue habiendo pasajes verdaderamente sobresalientes. Estamos ante un trabajo en líneas generales mejor que su antecesor “The 2nd Law” (2012), una colección demasiado cocinada y de digestión francamente complicada. “Drones” es más, cómo decir… ¿natural? Bellamy patina en sus momentos de sermón político (¿samplers de los discursos de JFK?), pero acierta en su propuesta de producción pesada y monolítica abiertamente rockista en una fórmula de estadio inimitable. Si uno cierra los ojos e imagina hoy a Queen en activo y sus miembros con treinta años, es posible que se llevaran bien y fueran de gira junto a Muse (escuchen sino “Defector”).
En el séptimo disco del grupo la cosa arranca con ese ‘Dead inside’ recién salido del Delorean de McFly en 1985, hay también espacio para momentos de reposo (la balada ‘Mercy’), riffs con sobrepeso (‘Revolt’), una intro que recuerda al ‘Cannonbal’ de la Breeders (‘The handler’) y hasta reminiscencias del más profundo hair metal en ‘Reapers’. ‘Drones’ (la canción) es un coro medieval bonito y bastante freak, si me lo permiten (tiene pinta de: “Yo en mi disco pongo y canto lo que me da la gana”). ‘Psycho’ tributa la herencia de Pink Floyd en ‘Money’ pasado por la máquina de triturar de Marilyn Manson, ‘The globalist’ es el momento largo –¿siempre necesario?– en un disco de Muse (aquí lo dejan en “tan solo” diez minutos y, pásmense o llámenme loco si no les recuerda ‘Aftermath’ al ‘Brothers in arms’ de Dire Straits. En “Drones” Bellamy ha tirado de hemeroteca y ha viajado hasta los discos de sus hermanos mayores (si es que los tiene, desconozco el dato).
Con todo, estamos seguramente ante el disco más coherente desde 2006 y aquel fabuloso “Black holes and revelations”. Los fans no se sentirán decepcionados (encontrarán todas y cada una de sus marcas registradas repartidas por cada uno de los rincones de “Drones”) y los nuevos (cualquiera que haya llegado desde Pink Floyd o Metallica o uno de esos pocos despistados que aún no conozcan de su existencia) podrán pasar una buena tarde de verano flipando con la monumental presencia de la guitarra eléctrica, ese instrumento totémico del rock and roll que Matt Bellamy idealiza a cada instante. “Drones” sigue sonando a rock industrial, es irresistiblemente melódico (este muchacho sabe hacer canciones), hay mogollón de maquinitas y es en general bastante salvaje (todo con moderación, no se me asusten). Sin ser un disco sobresaliente y tal vez algo tibio para el notable, “Drones” surfea plácidamente en el bien, esperando que en futuras entregas el tema elegido para narrar la acción del disco sea algo menos chirriante.
http://www.efeeme.com/discos-drones-de-muse/

sábado, 27 de junio de 2015

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Placeres Culpables: Green Day "Dookie"

“Disfruto con el hecho de que casi siempre se me malinterprete”. Billie Joe Armstrong.

Con “Dookie” el punk rock dio el paso definitivo hacía el mainstream, una transformación que dejaba atrás la crudeza rudimentaria de los pioneros para asentarse plácidamente en las listas de éxitos y la efe eme comercial. Con Green Day la beligerancia del género queda como un vago recuerdo del pasado encendiendo las iras de los nostálgicos y elevando el nivel de odio hacía estos tres muchachos de Berkeley hasta límites insospechados. ¡Pero, ay! Los ya no tan jóvenes revolucionarios del 77con imperdibles en sus chupas de cuero se hacían mayores y sobre todo sus ídolos estaban muertos o desaparecidos en combate, y además no compraban discos. Y Green Day vendieron millones. “Dookie” es por derecho propio una lectura realista del nihilismo musical de principios de los noventa, una propuesta sin la crudeza de Nirvana, sin el clasicismo de Oasis o la épica de Pearl Jam, pero con la cantidad suficiente de melodías facilonas, singles inmediatos y estribillos listos para ser cantados como para que, durante al menos veinte o treinta minutos, pudieran ser el grupo más divertido de tu vida.
Miembros de la escena DIY californiana, el cantante y guitarrista Billie Joe Armstrong y su colega Mike Dirnt formaron Green Day en 1986 con tan solo 14 años. Después de dos discos grabados con en el sello independiente Lookout!, “Dookie” los convierte en estrellas mundiales gracias a las más de 10 millones de copias vendidas solo en USA.
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A diferencia del resto de grupos alistados en la escena punk californiana liderada por The Offspring, Rancid y Bad Religion, Green Day no se tomaban muy en serio eso de ser estrellas del rock. Durante gran parte de la primera parte de su carrera jugaron a ser los gamberros de la clase, poniendo muecas raras y estando abonados al “caca-culo-pedo-pis” en su discurso. El batería Tré Cool se incorpora al grupo en 1990 después del primer álbum con Lookout! y justo antes de lanzar el segundo trabajo, “Kerplunk”.
Cuando recogí a los tres chicos de Green Day (más jóvenes que yo, incluso, en 1997) en el hall del hotel en Madrid donde se alojaban, mi sensación de estar pastoreando a un rebaño de gañanes era insuperable. Sin duda aquellos tres muchachos no pasaban por intelectuales, eso era un hecho. En Madrid, dispuestos a promocionar su quinto trabajo, “Nimrod”, dieron buen uso de todos y cada uno de los estereotipos del guiri garrulo: utilizar palabrotas en otro idioma fuera de contexto y sin sentido alguno, eructar y escupir como si no hubiera un mañana o jugar con las migas de pan durante la comida como si tuvieran siete años. Yo había bailado a empujones las canciones de este disco en fiestas de pueblo (en el noroeste de Madrid también hay pueblos, con sus verbenas y orquestas, no se vayan a pensar), y durante los diez minutos previos a mi encuentro con Billie Joe Armstrong tuve cierto cosquilleo de emoción, un come-come propio del que va a trabajar con una estrella del rock que además te lo ha hecho pasar francamente bien. El caso es que tras el primer “di piuta madrrre” y dos eructos después mi emoción inicial se fue a negro para siempre.
Afianzados como una solvente banda independiente, Green Day firman con Reprise para grabar “Dookie” donde fichan a Rob Cavallo como productor del disco tras su trabajo con The Muffs. Grabado en tan solo tres semanas, “Dookie” sale a la venta en febrero de 1994 y es un éxito casi instantáneo, con tres sencillos en el número 1 a lo largo del año (‘Longview’, ‘Basket case’ y ‘When I come around’) despachando la increíble cifra de 20 millones de discos en todo el mundo.
Junto a Cavallo, la cabeza medianamente pensante en todo este tinglado no era otro que Billie Joe. Autor de todas las canciones del disco (a excepción de los dos únicos momentos prescindibles, ‘Emenius sleepus’ y ‘All by myself’, escritas cada una por los otros dos tarugos del grupo), Armstrong tenía un verdadero don para escribir melodías aceleradas capaces de tener virtudes comerciales en tan solo un par de minutos. Sobre los temas de sus canciones, que quieren que les diga, Shakespeare puede estar tranquilo. Aquí lo que hay es temática literaria de primera: mucha pajilla adolescente (‘Longview’), fumar canutos hasta ponerse amarillo (‘Welcome to paradise’), ataques de ansiedad y pánico (‘Basket case’), bisexualidad (‘Coming clean’), padres separados (‘In the end’), pegarse en el patio del colegio (‘F.O.D.’ o algo así como ‘Fuck off and die’), amores de espinillas (‘She’) o simplemente el motivo que da nombre al disco, ‘Dookie’, relacionado con la frecuente diarrea (literal) de los miembros del grupo, todo pura poesía. Teniendo en cuenta que Epi de Barrio Sésamo era el personaje de la contraportada del disco, uno puede dimensionar fácilmente los referentes literarios del grupo.
A pesar de lo peregrino de sus textos, el trío introdujo momentos ciertamente brillantes, detalles que lo hicieron un trabajo musicalmente luminoso. La línea de bajo de ‘Longview’, el riff de ‘When I come around’ o sencillamente la manera de cantar de Armstrong en ‘Burnout’ son argumentos suficientes para colocar el disco como la obra referencial del género y guía de estilo para todos los imitadores que les siguieron. “Dookie” era una estupenda obra de punk modernete que muchos intentaron copiar pero ni un solo grupo fue capaz de mejorar.
Si hay algo objetivamente indudable es la capacidad de Green Day para convertir la agresividad y mala leche del punk (ya saben, punk de gominola) en algo muy divertido, transformando el pop tradicional en música acelerada, pegajosa, dinámica y potente, ideal para pegar botes en un concierto o en una discoteca llena de jóvenes cerveceros. Lo más curioso del caso es que ellos, asociados por decreto al género punk, defendían con sus canciones unos valores opuestos a los del propio punk, es decir, no tenían sentimiento de culpa alguno, no conocían el significado de egocentrismo (ni de nada en realidad), tenían sentido del humor y eran muy divertidos, igualito que Sex Pistols.
Y es aquí donde está el quid de la cuestión, la respuesta a su descomunal éxito: “Dookie” era en realidad un disco de pop mainstream. Ese trabajo y (en menor medida) el “Smash” de The Offspring ayudaron a popularizar un nuevo género, el punk pop. Sí, tocaban la guitarra muy deprisa y eructaban en sus entrevistas, pero estos tres muchachos de California no eran otra cosa que una boyband con cresta y los pelos pintados de color verde, eso sí, haciendo estupendas canciones de pop melódico. Y eso les hizo populares y diferentes, ofreciéndoles un universo muy variado de futuros clientes en forma de fans de todo tipo y condición. Los gamberros de la clase y las niñas buenas con espíritu rebelde se juntaron para corear las mismas canciones, unas canciones tan tarareables como las de los New Kids On The Block, pero molando mucho más, donde va a parar.
Resulta pasmoso que aquel descerebrado tuviera una habilidad verdadera para construir canciones mínimamente decentes, pero el caso es que las melodías de este disco eran francamente irresistibles, una colección de riffs y giros vocales de los que era difícil escapar repitiéndose en tu cabeza durante días, canciones que –independientemente de su evidente falta de mensaje social– tuvieron la habilidad de transmitir un sentimiento universal de fiesta y rebeldía innegable.
Volvamos por un instante al hotel de Madrid. ¿Cómo es posible que dos tarados con cara de lerdos como Dirnt y Cool fueran capaces de articular un gesto mínimamente artístico? Bien, el caso es que estos dos elementos ofrecían una sólida sección rítmica al conjunto de melodías que salían de la cabeza de Armstrong. Si, en aquel hotel estuvieron lanzándose miguitas de pan mientras hacían entrevistas como si se tratara de dos idiotas, pero lo cierto es que sabían tocar el bajo y la batería francamente bien. Poco o nada importaban el tipo de respuestas que ofrecían a los periodistas (algunos colaboradores de Sálvame Deluxe podrían pasar por Premios Nobel a su lado), aquellos dos cerebros estaban programados para aporrear la batería y caminar por la línea del bajo. Nada más. (Bajo estas líneas, un recuerdo que Billie Joe dejó en la cabeza de Óscar en aquella visita).
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El disco se abría con ‘Burnout’, una canción divertida con hasta cuatro solos de batería, ¡cuatro en apenas dos minutos!, una especie de calentamiento previo a una maratón de riffs y mamporrazos. ‘Having a blast’ no enseña nada muy relevante más allá de estar francamente bien cantada. ‘Chump’ contiene una parte instrumental estupenda construida con tan solo tres notas, notas que dan paso a la excelente ‘Longview’, primer sencillo del disco y uno de los momentos más celebrados del grupo gracias fundamentalmente a esa línea de bajo inmortal. ‘Welcome to paradise’, canción regrabada procedente de su anterior álbum, es power pop de toda la vida. ‘Pulling teth’ incluye el primer solo de guitarra propiamente dicho de todo el disco y tiene unas armonías vocales bien construidas. ‘Basket case’ es la mejor del disco, al menos para mí. Es exótica, pegadiza y esta increíblemente bien escrita. Es sencilla y siempre funciona, La canción de su carrera y por la que serán recordados.
‘She’ ofrece otra línea de bajo magistral con un estribillo a la altura de lo mejor de su repertorio. ‘Sassafrass Roots’ es flojita (sí, es una canción de relleno), pero sirve de comodín y prólogo a la excelente ‘When I come around’, tema rítmicamente algo más lento que sus predecesores, lo que ofrece algo de aire y descanso en el disco y que se agradece. La canción está construida con un solo acorde y de manera increíble no se hace monótona. Una canción para enmarcar.
En ‘Coming clean’ Billie Joe canta muy arriba y funciona y ‘Emenius Sleepus’ es otro relleno. Supongo que no debe ser casualidad que los dos temas más flojos del disco no estén firmados por Armstrong. ‘In the end’ es divertida y muy acelerada, como un aviso de “no se vayan, aún hay más” de super ratón. ‘F.O.D.’ es la única pieza con guitarra acústica de todo el disco, un mensaje de despedida modelo fuego de campamento hasta que las guitarras eléctricas y batería explotan a mitad de canción. El disco encierra una marcianada con regusto tropical con guitarra acústica y unos bongos. ‘All by myself’ es solo eso, una boutade de grupo de niños punk haciendo lo que más o menos les da la gana. En definitiva, en conjunto es una colección que no cansa y no fracasan en su objetivo de hacer pasar un buen rato.
Toda la magia del disco se condensa en treinta y pico minutos, un batallón de canciones que no da descanso. “Dookie” es un disco revolucionario, igual que “Nevermind” fue un producto forjado desde la escena independiente que supo sacar todo el partido de su primer presupuesto multinacional. Si Nirvana no dejaban de ser unos bichos raros que apostaron por la crudeza del sonido indie, Green Day fueron decididamente comerciales, utilizando el canal creíble del movimiento punk californiano como tarjeta de presentación para los puristas más intolerantes. Eran tan punks como The Buzzcocks o tan pop como The Jam, o al revés, una suerte de power pop con las dosis de actitud justas para que los jóvenes adolescentes de todo el planeta no se sintieran excluidos. Honestamente yo no veo diferencia alguna entre Take That y Green Day. Unos llevaban los pantalones caídos y tocaban la guitarra muy rápido y los otros se peinaban con gomina y usaban trajes, los dos empezaron en pequeños clubes (o salas de fiesta) y acabaron tocando en estadios, contaban con millones de fans y ambos vendieron millones de discos haciendo cancioncillas de pop canturreables. Le podemos llamar como queramos, les podemos poner la ropa que nos apetezca, pero, desde un punto de vista exclusivamente estilístico no había diferencia alguna, algo que por otro lado no tiene nada de malo.
No obstante, y con cierta perspectiva, lo cierto es que las canciones incluidas en “Dookie” a pesar de su mensaje evidentemente juvenil, funcionan también para oídos algo más maduros. Las canciones son buenas, están bien escritas y el grupo suena sin duda muy bien. A veces uno lee que si tal disco no ha envejecido bien, que si la producción acusa el paso del tiempo, y ese tipo de lecturas tan científicas que tanto gustan. Este álbum pasa con nota el control de calidad del tiempo, un trabajo que puede trascender de padres a hijos sin temor al sonrojo, una estupenda muestra de pop rock acelerado ideal para pasar un buen rato. Si no fuera por aquel concurso de eructos en un hotel de Madrid les tendría más cariño, y aún con el eco de los sonidos de gases vocales del grupo, ‘Basket case’ me sigue pareciendo una canción memorable haciendo que el rock fuese otra vez algo bastante divertido.
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MorninGlory: La playlist para una boda perfecta

boda

Es difícil contestar a todo el mundo en una boda. Quién se sienta al lado de quién, a qué hora es la boda, dónde se celebra... y qué música se baila en la fiesta posterior. Para enterrar el hacha de guerra nuestro experto en música ha preparado una lista con los diez temazos que no pueden faltar en tu boda. Avisamos: éxito seguro.

http://www.cuatro.com/morninglory/secciones/musica/Ranking-canciones-pueden-faltar-playlist_27_2002230017.html




http://www.cuatro.com/morninglory/secciones/musica/Ranking-canciones-pueden-faltar-playlist_27_2002230017.html
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Conferencia PLAY THE HARDWARE en ORACLE, Bogotá, Colombia




Durante el ORACLE HARDWARE SOLUTIONS FORUM, que tuvo lugar el día 22 de abril en Bogotá, los conferencistas compartieron información sobre la manera en la que el hardware se ha convertido en un instrumento esencial y adecuado para las necesidades empresariales.
ORACLE HARDWARE SOLUTIONS FORUM, es el evento en el que la organización da a conocer a los asistentes las últimas innovaciones, tendencias y beneficios incorporados en sus equipos de hardware, como servidores, dispositivos de almacenamiento y Sistemas de Ingeniería. 
En esta edición, el evento tuvo como tema “Play the hardware – venga a descubrir las herramientas que harán brillar su desempeño”. En este contexto, Oracle dió a conocer cómo el hardware se ha convertido en una herramienta esencial para los negocios, así como los instrumentos musicales juegan un papel fundamental para el desarrollo de ideas, la creación y el desempeño de los grandes músicos. Es así, como el evento contó con la participación de Óscar García Blesa, Gerente General de Napster España, quien ha trabajado en Sony y Warner, además con artistas como Maroon 5, Santana, Alejandro Sanz, Miguel Bosé, Christina Aguilera, entre otros.
En esta ocasión también estuvieron presentes otros expertos de Oracle como Rick Hetherington, vicepresidente de desarrollo de Hardware, Marshall Choy, director sénior de Gestión de Productos y Soluciones Optimizadas de Oracle y Hugo Guerrero, Regional Program Director
Los participantes en el ORACLE HARDWARE SOLUTIONS FORUM, además de conocer las tendencias y las nuevas versiones de hardware, conocerán casos de éxito de empresas que han implementado este tipo de soluciones logrando resultados sorprendentes.



martes, 5 de mayo de 2015

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Madonna "Rebel Heart"

Madonna regresa en 2015 con él álbum “Rebel heart”. El trabajo número trece de su carrera es una colección ecléctica de canciones bastante aceptable a pesar de que, mucho me temo, van a dejar bastante indiferente al respetable. La reunión de productores de lujo no ayuda, un intento demasiado evidente de subirse al carro de lo que “ahora mola” que no parece que necesitara en absoluto. La Madonna de 2015 no alcanza a ofrecer temas como ‘Music’, ‘Hung up’ o ‘Ray of light’, pero presenta un disco mucho mejor que sus dos anteriores entregas, “Hard candy” y “MDNA”.
La Ciccone sigue siendo la reina del pop, que nadie lo ponga en duda (Perry, Swift, Aguilera y resto de divas no deberían frotarse las manos todavía), lo que pasa es que cuando uno termina de escuchar estas catorce canciones (o diecinueve o veinticinco, en función de la versión en un laberíntico sistema de ediciones de lujo), la sensación general es de haber ingerido un pastiche de complicada digestión.Hay un poquito de todo haciendo que en realidad no haya mucho de nada, demasiados palos que desvirtúan cualquier idea de obra homogénea. Y con todo, el disco aún ofrece espacio para momentos francamente disfrutables. Es Madonna y es muy lista, eso ya lo saben.
En “Rebel heart” se enfrenta por primera vez en su carrera a la delicada tarea de descubrir quiénes son en realidad sus fans. A sus 56 años (la mujer está estupenda, que nadie lo ponga en duda ni un instante), en esta tanda de canciones ofrece buenas dosis de energía juvenil (con mucho sexo y cortejo y fiestas y desparrame en sus textos), pero con el inevitable condicionante de que están cantadas por una señora que pronto será sexagenaria. Sólo por poner un ejemplo, ¿tiene algo de malo que alguien de su edad hable abiertamente de los flujos de su sexo? Evidentemente no, aunque estarán conmigo que a estas alturas del partido no le hacía ninguna falta.
Hay aquí mucho efectito (‘Holy water’), muestras del último género al que la Ciccone se sube como si fuera invento suyo (‘Devil pray’). Hay momento para el experimento del nuevo sonido (‘Illuminati’), canción de autor (‘Body shop’), gran balada (‘Heartbreaken city’), pista de baile (‘Iconic’) e incluso viajes al pasado hasta la edad de oro de “Like a virgin” o “Erotica” (‘Ghosttown’). Pero es justo ahí donde el disco en su conjunto patina. Paella, cocido y fabada juntos en el mismo puchero. Mucho follón en un disco que a medio camino se empieza a hacer largo.
En este trabajo la diva pop se rodea de una interesante pandilla de productores: Kanye West y Avicii se encargan cada uno de tres cortes, Drake de dos y Diplo de cuatro, y cada uno lo hace con las herramientas que han hecho populares sus proyectos individuales. El disco divide sus canciones entre baladas vulnerables y desafiantes y aventuras electrónicas repletas de groove electrónico. Hay un innegable progreso en la manera de cantar de Madonna, lo hace con una técnica cada vez mejor y aquí su voz es por fin elegante.
En el lote producido por Diplo lo mejor es el aroma soul de ‘Living for love’; ‘Bitch, i’m Madonna’ (con rap de Nicki Minaj) es una oferta festiva y ‘Unapologetic bitch’ (usar la palabra puta en él título parece que mola bastante) mantiene el tipo en la pista de baile en una de las mejores canciones del disco. Es sexy y de baile sudado y apretujado. La bailarán este verano, ya lo verán.
‘Ghosttown’ podría ser una canción incluida en el último disco de Lady Gaga, lo que tratándose de Madonna no es algo precisamente bueno. Es probablemente el momento donde se hace más evidente cierta urgencia por sonar como lo hacen las nuevas jefas del pop moderno. Con todo, la canción está bien y pasa holgadamente cualquier control de calidad en la oferta actual de cancioncillas de usar y tirar.
Lo del flujo vaginal en ‘Holy water’ ya está comentado, bastante innecesario, que quieren que les diga. La canción es lúbrica e incluye un rap rescatado del clásico Vogue. ‘Body shop’ producida por Drake, Blood Diamonds y Dahi es una canción estupenda, llena de pequeños matices, un posible candidato a pequeño clásico en su carrera y para el que escribe esto posiblemente la mejor del disco.
“Rebel heart” nos descubre que las canciones de Avicii más o menos todas suenan igual, que juntar el ego de Kanye West y la cantante no necesariamente trae buenas ideas y, sobre todo, confirma que si esta epidemia de discos con múltiples productores al frente no acaba pronto, probablemente nos veamos abocados a muchos más álbumes sin alma en el futuro. Escuchando este trabajo uno echa de menos algo más de espontaneidad, todo huele demasiado a laboratorio y a pesar de ello Madonna se las ingenia para entregar un conjunto de canciones bastante aseado en un disco de pop actual más que decente.
Publicado en EfeEme http://www.efeeme.com/discos-rebel-heart-de-madonna/
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La fiebre del sábado noche

“Saturday night fever”
VV.AA.
RSO, 1977


“Yo no odio la música disco, para nada. Cumple muy bien el propósito para la que fue creada: acompañar rítmicamente las actividades de la gente que desea tener acceso a otras personas para su potencial reproducción en el futuro”. Frank Zappa.
No cabe duda que “Saturday night fever” convirtió a John Travolta en una estrella del cine y huelga decir que sus pintas de chulo de discoteca (nunca una definición encajó mejor con el título), con su dedo apuntando al cielo, forman parte de la iconografía popular de la década de los 70. Pero, por encima de personajes y disfraces, la fiebre del sábado noche será recordada por una tremebunda (en el mejor sentido de la palabra) selección de canciones, un álbum que definió una era, que obtuvo un éxito insospechado y dio vida a un género masivo. Sus canciones son intachables, bien construidas y melódicamente muy ricas, una colección de éxitos disco que apartó la música del género lejos de los guetos travestidos para convertirla en una oferta abiertamente mainstream.
Gracias a la película “Fiebre del sábado noche”, la música disco pasó de la noche a la mañana de una Sodoma y Gomorra cultural al Edén comercial, abriendo un abanico de posibilidades para decenas de grupos en el futuro, desde Eurythmics (‘Love is a stranger’) a Franz Ferdinand (‘Come on home’); de Duran Duran (‘Hungry like the wolf’) a Scissors Sisters (‘I don’t feel like dancin’); Kool & The Gang (‘Let’s go dancing’) o The Killers (‘Human’), David Bowie (‘Let’s dance’) y por supuesto Michael Jackson (‘Don’t stop till you get enough’), sencillos que en mayor o menor medida bebieron de la fuente del sonido disco. “Saturday night fever” es la respuesta definitiva al género, con aportaciones extraordinarias de música funk, soul, latino o incluso momentos para la vanguardia como el ‘Fifth of Beethoven’ de Walter Murphy. Casi sin quererlo, el álbum funcionaba como un “Grandes Éxitos” de la música disco, y a día de hoy sigue siendo el referente para todos los amantes del género.
A pesar de su apariencia festiva, se trata de un trabajo serio, no se toma a broma los orígenes underground del movimiento, simplemente trasciende del submundo del club cutre y lo eleva a la categoría de obra grande. Robert Stigwood llevó a la pantalla la historia pueril de un joven bailarín italo-americano (el papel de Travolta como Tony Manero) en las pistas de baile de las discotecas de Brooklyn, un guión –es verdad– muy poco elaborado, pero el papel estelar se lo reservó a las canciones y a unos tipos que no aparecían en la película, unos hermanos Australianos que se hacían llamar The Bee Gees.
La presencia de los Bee Gees en seis cortes del disco es abrumadora, aunque erróneamente se asocia este trabajo a un álbum de su catálogo, cuando en realidad aportan poco más del 30% de su contenido. Eso sí, vaya contenido. Las primeras cuatro canciones, así de corrido, quitan el hipo. ‘Stayin’ alive’, ‘Night fever’ (los dos himnos del disco) y ‘How deep is your love’ y ‘More than a woman’ que ofrecen las dosis de azúcar suficientes para convertirse en dos baladas inmortales. Si le sumamos ‘Jive talkin’ y ‘You should be dancing’, no queda duda alguna de cuáles son las verdaderas estrellas del invento.
A pesar de relacionar Bee Gees con música disco, muchos olvidan que ya tenían una carrera solidísima en el mercado pop desde mediados de la década de los 60. Estos australianos habían grabado canciones geniales, desde el pop influenciado por The Beatles en ‘Massachusetts’ o ‘I started a joke’, discos conceptuales como “Odessa” a gemas con olor a sicodelia en “Trafalgar”. Su primera incursión real en el mundo disco no sería hasta el sencillo ‘Jive talkin’ de su álbum “Main course” en 1975, que posteriormente incluirían en “Saturday night fever”. El disco Children Of The World en 1976 incluiría otro trallazo, ‘You should be dancing’ también rescatado para el disco que nos ocupa. Los Bee Gees entendieron perfectamente la dinámica emocional de la música disco combinando magistralmente la euforia de la pista de baile con la melancolía de la resaca del día siguiente.
El primer sencillo del álbum fue ‘How deep is your love’, número 1 en 1977, seguido de ‘Stayin alive’, ‘Night fever’ y ‘If I can’t have you’, todos ellos número 1. El álbum ocupó el primer puesto de las listas durante más de treinta semanas y fue la primera banda sonora en alcanzar el Grammy como mejor disco del año (luego le llegaría el turno a “El Guardaespaldas” de Whitney Houston y “O brother where are you?”, de los hermanos Coen. Hasta la fecha, se estiman ventas superiores a los cuarenta y cinco millones, y forman parte de la exclusiva lista de los diez discos más vendedores de todos los tiempos. Poca broma.
Es verdad que se incluyen algunas piezas instrumentales menores y ‘Calypso breakdown’ se hace quizás algo larga (ocho minutos son muchos minutos incluso para una noche de baile), pero aparte de los trallazos de los Bee Gees el disco se completa con la lectura disco de la 5ª sinfonía de Beethoven, ‘Boogie shoes’ de KC & The Sunshine con una increíble línea de guitarra, unos inolvidables arreglos de metal en ‘Open sesame’ de Kool And The Gang o la infecciosa ‘Disco inferno’ de The Tramps.
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Lo cierto es que “SNF” reflejaba un análisis social profundo. El contenido superficial de la película en su contexto nihilista mostraba la vida de unos jóvenes insatisfechos con la cultura materialista de la época, donde los bailes de fin de semana servían como única válvula de escape, una especie de spin off con pantalones de campana del movimiento mod en la Inglaterra de finales de los 60. Es un álbum increíblemente bien construido, combinando éxitos ya grabados con el material original de los Bee Gees. No fue la primera banda sonora en convertirse en un éxito de ventas pero sí una de las primeras en hacerlo con material no necesariamente orquestal. Stigwood repetiría la jugada un año más tarde con “Grease”, abriendo una nueva vía comercial que dura hasta nuestros días (“Forrest gump”, “Dirty dancing”…).
Triunfar en el honorable oficio de amenizar un banquete de bodas está sujeto al cumplimiento de dos sencillas reglas, dos normas fundamentales e inquebrantables: responder afirmativamente cuando te pregunten por una canción diciendo que en un rato la pondrás (aunque sea mentira) y nunca beber más alcohol que los invitados (padrinos de los novios incluidos).
Trabajar mano a mano con algunos de los artistas más importantes de los últimos veinte años o recorrer los estudios de grabación más prestigiosos del planeta rodeado de malabaristas del protools es una ocupación mucho menos sofisticada y peligrosa que poner discos hasta el amanecer rodeado de tipos con las corbatas cortadas fumando puros manoseados mientras berrean en corrillos etílicos el “lololo” del ‘I will survive’ de Gloria Gaynor. Eso es verdadero espíritu punk. En comparación, el trabajo junto al artista global pertenece al mundo de los paseos en carrito de golf, palmeras tropicales, burbujas de champán y mujeres de soponcio a medio camino entre un spa de lujo y la hacienda en una isla paradisiaca del villano de una peli de James Bond.
Durante un tiempo, difícil precisar cuánto, ser DJ en una boda tuvo un aura de prestigio e importancia, un cargo relevante en el organigrama de la celebración. Justo por detrás del cura y delante del cocinero, fotógrafo, padrinos y resto de figurantes, la silueta del DJ emergía como la verdadera estrella del evento, solo eclipsada (y no siempre) por los novios. El DJ sujetaba sobre sus hombros el éxito o fracaso en el día más importante en la vida de la pareja, donde la felicidad y que la fiesta fuera recordada como algo memorable estaba en manos de sus ágiles reflejos y decisiones musicales acertadas. Claro, eso era antes, en los tiempos del vinilo o el CD. Ahora todo se reduce a una maldita playlist o una conexión wifi. Ya resulta imposible decirle a la novia que no trajiste el tema central de “Titanic” con la insoportable interpretación de Celine Dion, una verdadera lástima.
Con dieciocho años ya ponía discos en bares y en cualquier fiesta que se prestara, aunque no empecé a pinchar en bodas hasta mediados de los noventa, primero como asistente logístico (una labor que básicamente consistía en acompañar a un amigo para que éste no bebiera solo), y más adelante en solitario o en compañía de cualquiera que quisiera privar gratis (algo a lo que ninguno de mis colegas renunciaba fácilmente, enfermizamente adictos a las barras libres).
Llevarte a un amigo de acompañante tenía varias ventajas. Además de poder estar de cháchara como en cualquier bar de Malasaña, podías ir al baño o a la barra del bar completamente despreocupado las veces que quisieras sabiendo que tu asistente logístico estaba al mando de los platos durante tu ausencia, y mucho más importante, el amigo te ayudaba en la parte física a la hora de descargar y montar el equipo y luego desmontarlo y volver a cargarlo, algo poco glamuroso pero parte fundamental en el proceso. Con el tiempo los salones de boda empezaron a tener equipos propios fijos, facilitando bastante la labor de carga y descarga, eliminando a los asistentes logísticos de la ecuación y por supuesto, pagando menos, momento en el que decidí alejarme de los banquetes de boda para siempre.
Un pinchadiscos de bodas podía ganar mucho dinero. Escúchenme un momento, les estoy hablando de mucho dinero para un muchacho sin oficio conocido claro. Desde el vals, momento en el que el contador del DJ se ponía a cero, hasta la hora del cierre, algo que variaba entre las tres y las seis de la madrugada en función del recinto, el sueldo mínimo era de 25.000 pesetas, generalmente 35.000 y extraordinariamente 50.000 o más. Al cambio, entre 150 y 300 euros, una o dos veces al mes, veinte veces al año. Bien, de acuerdo, están pensando en David Guetta o Eric Morillo y en una sesión de 100.000 euros haciendo el mamón con un USB durante noventa minutos y esto les parece poco. Si lo piensan bien coincidirán conmigo que tener veintidós años y recibir una media de 200 euros veinte veces cada año a cambio de beber copas mientras pones discos con un amigo no era un mal plan. Teniendo en cuenta que los días en los que no pinchaba en bodas hacía exactamente lo mismo en cualquier casa anónima sin recibir ninguna recompensa económica, el empleo de DJ de bodas era un verdadero regalo.
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Resulta entrañable el mimo con el que los novios preparan cada detalle de su enlace. Generalmente, los novios (en realidad era una labor que realizaba exclusivamente ella, aunque en nombre de los dos, claro) te proporcionaban un listado con las-canciones-que-no-pueden-faltar, entre las que por supuesto se incluía la favorita de él, la favorita de ella, la favorita de la pandilla para que llegado el momento pudieran rodearlos y cantarla a voz en grito y por supuesto, la canción favorita de los dos, o también conocida como nuestra canción, momento (obviando el vals) en el que la joven pareja iluminaba con sus felices sonrisas y relucientes trajes toda la fiesta ante el emocionado llanto de familiares y amigos coreando ensordecedores “vivan los novios” por toda la sala.
Gracias a las bodas he descubierto verdaderas joyas populares que me han proporcionado momentos inverosímiles de profundo placer musical. ¿Quién puede resistirse al ‘Sweet Caroline’ de Neil Diamond? ¿Y a horteradas como ‘Escape’ (The Pina Colada Song)’ de Rupert Holmes, ‘I’m your man’ de Wham!, ‘9 to 5’ de Dolly Parton, ‘Nothing’s gonna stop us now’ de Starship, ‘Footloose’ de Kenny Loggins, ‘Making love out of nohing at all’ de Air Supply, ‘Hot stuff’ de Donna Summer o ‘Living in America’ de James Brown? Si, canciones todas ellas prescindibles, pero ideales con tres gin-tonics en el cuerpo. He disfrutado pinchando ‘Abrázame’ de Julio Iglesias, ‘Gloria’ de Umberto Tozzi, ‘Mi gran noche’ de Raphael y ‘Borracho’ de Los Brincos, y puedo defender de manera entusiasta el ‘Azul’ del oxigenado Christian, el ‘Pavo real’ de José Luis Rodríguez “El Puma”, la enorme ‘Te estoy amando locamente’ de Las Grecas o la exuberante ‘La vida es un carnaval’ de Celia Cruz. Ya sé que solo de pensarlo se les están disparando las ganas de bailar y están recordando la última vez que hicieron el baile del ‘Tiburón’ con la mano haciendo de aleta sobre la espalda. No pasa nada, todos hemos pasado por eso, disfruten con sus recuerdos.
A pesar de la imbatible lista que acabo de enumerar, de todos los discos que he pinchado “Saturday night fever” es sin duda la joya de la corona, el que nunca falla, el que siempre funciona. Si por accidente solo pudiera llevarme un disco y tuviera que hacer la sesión con una sola copia, estos setenta y cinco minutos garantizarían bastante fiesta, incluso si lo pusieras dos veces seguidas, una maravilla musical etílico festiva sin rival que le tosa. Todo el mundo sabe que la boda no arranca si no hay baile de vals igual que no hay cachondeo sin ‘Paquito El Chocolatero’ ni momento “me-he-tomado-tres-copas-y-con-esta-ya-me-suelto” al escuchar
‘Stayin’ alive’. Esto es así, sencillo como las matemáticas elementales y una prueba definitiva del magnético poder de unas canciones concebidas para mover el esqueleto (si, ya sé que es una frase algo anticuada pero uno ya tiene una edad, detalles así me delatan). Si no sonríes y te balanceas aunque solo sea ligeramente al escuchar la voz en falsete de los Bee Gees en la intro de la canción seguramente estés muerto. Y si has llegado hasta aquí, por suerte para ti ese evidentemente no es el caso.
Esta banda sonora es un maravilloso artefacto que documenta una época y funciona increíblemente bien con el paso del tiempo. La música disco vivió apretujada entre el sándwich del movimiento punk y la nueva ola, haciendo que su supervivencia hasta nuestros días sea poco menos que un milagro. Y este álbum es una potentísima colección de canciones, por encima de cualquier otra lectura sesuda, una exhibición de glamur bailongo imbatible, un trabajo fabuloso se mire por donde se mire.
La música disco se convirtió en un fenómeno de masas gracias a esta película y a su música. Este disco no es solo la banda sonora de una película taquillera, a pesar de vivir obligatoriamente asociadas. “Saturday night fever” es la banda sonora de muchas vidas, la música que ejemplificó de una manera muy concreta un movimiento cultural irrepetible, unas canciones que hoy mantienen el pulso con cualquier hit contemporáneo sin despeinarse, un álbum en definitiva demasiado bueno como para dejarlo pasar por el hecho de tener al bueno de John Travolta apuntando al cielo con su dedo en la portada. Estamos ante un disco que provoca el ejercicio de nuestra memoria y hace florecer nuestros recuerdos. No es necesario haber vivido el momento, yo era un niño de apenas seis años cuando la estrenaron (igual de niño que cuando estrenaron Star Wars, película que por supuesto no vi en el cine y que me pertenece legítimamente), pero el poder de sus canciones trasciende generaciones mágicamente y las haces tuyas sea el año que sea. He visto la película muchas veces y todas muy lejos del momento temporal que representaba, y siempre con la sensación de formar parte del movimiento, un “yo estuve allí”, la maravillosa energía de esas pocas canciones que de vez en cuando trascienden para quedarse para siempre.
Publicado en EfeEme http://www.efeeme.com/placeres-culpables-saturday-night-fever/
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Journey

Journey
“Greatest hits”
COLUMBIA, 1988


“Sabes, la música realmente buena no es sólo para escuchar. Es casi como una alucinación”. Iggy Pop.
Resulta completamente inexplicable mi devoción por este grupo de AOR. Exagerados, empalagosos e indiscutiblemente horteras, las canciones de Journey tienen la extraordinaria capacidad de contagiarme grandes dosis de optimismo intrascendente sin reclamar nada a cambio. Me explico. Algunos pocos álbumes te ofrecen una sensación de euforia (me viene a la cabeza el “Funeral” de Arcade Fire) pero lo hacen como cobrándose el favor, siempre le debes algo al maldito Will Butler por haber escrito ‘Wake Up’. Bien por William por hacer una canción formidable, pero mal por llamar cada noche antes de acostarme para preguntar si me ha gustado. Con el “Greatest hits” de Journey esto no ocurre. Después de pasarlo bomba con sus melodías de supermercado, solos de guitarra hiper vigorizados y estribillos desechables de saldo, los olvidas hasta la próxima vez con la seguridad de saber que Journey siempre te estarán esperando. Aquí no hay tiempo para discutir de calidades ni patrañas similares. Son canciones para pasarlo bien, la esencia de la filosofía hedonista del rock and roll, nada más.
No es obligatorio, pero sumergirse en una experiencia norteamericana de high school durante un año entero ayuda terriblemente a comprender los matices de la grandeza de Journey. Uno entiende muchas cosas cuando asiste a los bailes en el gimnasio del colegio vestido con un smoking horroroso con pajarita rosa fucsia, cuando comparte tardes de pizza en un sótano viendo hockey sobre hielo, cuando anima al equipo Varsity de Football sin tener ni pajolera idea de las reglas del juego, cuando ve llorar a las cheerleaders emocionadas de verdad escuchando una insufrible canción de amor. ¡Esto es América! Igualito que en las películas.
Cuando les vi por primera vez asomarse al televisor del salón de mi casa en Ohio quede boquiabierto. Steve Perry correteaba por un gigantesco escenario ataviado con unas mallas de ciclista y una levita de mago sin nada debajo, un espectáculo de pésimo gusto y estilismo lamentable. Pero fíjate tú, las canciones de aquellos americanos molaban. El caso es que este muchacho de gorgorito fácil cantaba muy bien, y lo que es más importante, tenía a los 80.000 espectadores que abarrotaban aquel estadio completamente rendidos a sus pies. En Sunbury, un remoto y minúsculo pueblo a cuarenta y cinco minutos de Columbus –capital del estado de Ohio–, me asaltó la curiosidad por aquellos horteras gamberros de manera casi inmediata. Reconozco que aquellos que no hayan vivido las entrañas de un high school como ecosistema sociológico tendrán muchos más problemas para acercarse a este disco de una manera comprensiva. Eso se entiende mejor cuando uno ha estado allí, no cabe duda.
Si hubiera un grupo que liderara las listas de reproducciones culpables, Journey debería ser uno de los gallos del corral. En público nadie parece reclamarles para formar parte de su equipo, aunque todos sabemos que en privado (estos tíos han vendido casi cien millones de discos) la cosa cambia. Este es y será el único álbum de “Greatest hits” en mi colección de Placeres Culpables (hasta el último minuto, el disco de éxitos de los Eagles estuvo en seria competencia), seguramente la mejor colección de canciones del vilipendiado AOR. Sólo les digo una cosa: todo lo que les hayan contado acerca del género es mentira, no está tan mal como imaginan. Pero claro, eso la gente no lo sabe.
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Este álbum es el santo grial del AOR (adult oriented rock), esa variante del rock clásico algo edulcorada dirigida a un público rockero más conservador, amigo de los estribillos, melodías y armonías vocalesen definitiva un rock apto para casi todos los públicos sin la aspereza del rock puro. En algunos círculos también es conocido como soft rock, que como el propio nombre indica es suave y por lo tanto mucho más moña si cabe. Journey, Boston y Toto forman la santisima trinidad del género, pero no se vayan a pensar: grupos oficialmente buenos como Supertramp, Fleetwood Mac o The Eagles practicaban las mismas estrategias estilísticas para alcanzar sus objetivos de ventas, aunque –afortunados– la crítica fue mucho más benévola con sus cancioncillas ligeras.
Nos encontramos ante un álbum clásico. “Journey: Greatest hits vol 1” (en realidad no hay tal volumen 1, pero al existir una colección denominada “Volumen 2”, mucho menor y compuesta por los sencillos de su última etapa, hago esta pequeña aclaración) es un disco de rock adulto que cuenta historias de juventud (paradojas de la vida, ¡qué cosas!). Es infeccioso, inyecta energía y tiene mucha fuerza (una fuerza atlética y de levantar pesas si quieren, pero fuerza al fin y al cabo). Sus canciones hablan de los primeros amores, los primeros besos, el primer baile del colegio, describe familias desestructuradas, la perdida de la inocencia y resto de clichés de la post adolescencia estadounidense (en el resto del mundo las cosas son diferentes). Y muy importante, ¡este disco tiene un porrón de éxitos! Hay muchos discos “greatest” que no tienen nada “great” en su interior, no me hagan poner ejemplos que me entra la risa floja. Este no es el caso. Todos los títulos aquí incluidos fueron éxitos en mayor o menor medida y el título responde exactamente a lo que ofrece su interior.
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La formación original de Journey se junta en San Francisco en 1973, organizados por el manager de Carlos Santana, Herbie Herbert. La primera formación contaba con Ross Valory al bajo y Neil Schon a la guitarra (elementos esporádicos de la banda de Santana) y el batería Aynsley Dunbar, que había tocado con Lennon y Zappa. Después de tres discos intrascendentes donde Journey no encuentra el foco musical adecuado, deciden cambiar de estilo, viajando desde el rock progresivo de sus comienzos a una propuesta abiertamente AOR fichando a Steve Perry como voz principal. Los discos de platino empiezan a llegar y Journey coloca varios singles de éxito en el top 100 de Billboard, y con la llegada de Jonathan Cain a los teclados y sintetizadores en 1981 el grupo se adentra en los mejores años de su carrera. “Escape”, octavo disco de la banda y con más de veinte millones de copias despachadas, entró al número 1 de las listas e incluyó tres éxitos en la lista de singles: ‘Who’s crying now’, ‘Open arms’ y, sobre todo, ‘Don’t stop believin’ (canción que en 2009 se convirtió en la más vendida de la historia en iTunes de aquellas no editadas después del año 2000). La época dorada del grupo coincidió con la llegada de Cain, una suerte para Journey que se estuviera desmontando su anterior banda, The Babys (donde también estaba John Waite quién posteriormente arrasaría con el one hit wonder ‘Missing you’ canción por la que los nietos de sus nietos seguirán cobrando derechos de autor), y que junto a Perry y Schon pudieran crear un equipo de compositores francamente respetable y para muchos irresistible. Con sus melenas de corte mullet, Journey devolvieron a las listas la grandeza de los sonidos melódicos, las armonías vocales disparatadas y los solos de guitarra desproporcionados. Eso sí, siempre con un batallón de buenas canciones en cada disco. Eran horteras, mucho, pero también grandes músicos. Cain y Schon son de los mejores solistas de su generación y Steve Perry, perdonen la insistencia, canta condenadamente bien.
Los horteras y vendidos de Journey tienen en las estanterías de sus casas dos discos de oro, ocho álbumes multi platino, un disco de diamante, siete álbumes consecutivos con ventas de un millón o más, cincuenta y tres millones de discos vendidos solo en USA, noventa y cinco millones en todo el mundo, dieciocho sencillos en el top 40 y seis de ellos en el top 10. Les cuento todo esto por si de repente se habían despistado y pensaban que esto de Journey no iba en serio. Los chicos de la bahía pegaron muy fuerte. “Greatest hits” se publicó en 1988 en discos Columbia y hasta la fecha es el disco más vendido del grupo, manteniéndose trescientas treinta semanas en las listas del Billboard 200 (el disco de éxitos más longevo de la historia, sólo superado por el “Legend” de Bob Marley) y cada año despacha medio millón de ejemplares sin despeinarse. Supongo que alguna cosa debieron hacer bien para convencer a tanta gente.
El disco se abre con el riff de teclados de ‘Only the young’, tiene un solo de guitarra estupendo y Steve Perry canta de maravilla. Perdonen la falta de matices en la descripción armónica del sencillo, pero aquí no hay más detalles posibles, es AOR a piñón fijo. ‘Don’t stop believin’ es con seguridad su canción más conocida. La intro creciente de piano es ya una marca registrada del grupo y Perry canta como siempre, es decir, muy bien. Y los solos de guitarra y bajo sorprenden por su virtuosismo también eficaz. Es una canción mil veces versionada, mil veces parodiada, y uno de los estándares de la oferta rock norteamericana de los últimos cuarenta años, apareciendo en iconos televisivos yanquis, como el episodio final de Los Soprano o Padre de familia, el símbolo musical de la serie Glee y el himno no oficial de las series mundiales de béisbol. Olvídense de los perritos calientes y los taxis amarillos de la ciudad de Nueva York. ‘Don’t stop believin’ es más americano que Star Spangled The Banner, señores.
Le siguen ‘Wheel in the sky’ y ‘Faithfully’, una de esas baladas gigantes que utilizan el piano como herramienta emocional, la mejor interpretación vocal de Perry y una de las canciones moñas más bonitas de todos los tiempos. Lejos de ser un hit, ‘I’ll be alright without you’ es una de mis favoritas, con una guitarra heredada de los mejores pasajes ambientales de David Gilmour en Pink Floyd. La canción ‘Anyway you want it’ es pura nueva ola y muy divertida y yo la descubrí por casualidad un día trasteando entre los vinilos de mi padre como parte de la banda sonora de la película “Cadyshack” (malísima, por cierto). En ‘Ask the lonely’, guitarras y teclados como si no hubiera mañana; ‘Who’s crying now’, sintetizadores a porrillo; ‘Separate ways (worlds apart)’, quizás musicalmente su mejor canción; ‘Lights’, con un rollo bluesero, ‘Lovin, touchin, squeezin’, más medios tiempos, ‘Open arms’, una de las baladas más lloronas que se haya escrito (las chicas de mi instituto americano se desmayaban –en realidad no, pero casi– sólo con escuchar las primeras notas). ‘Girl can’t help it’ es la más adulta dentro del rollo adulto del adult oriented rock, no sé si me entienden. ‘Send her my love’ es una balada con punteo de guitarra infinito y ‘Be good to yourself’ es rock and roll festivo para cerrar un disco con quince canciones increíbles que me llevan de viaje nostálgico a 1988.
Como casi todos los artistas dentro del nicho AOR, Journey fueron acusados de simples y vendidos (en sus inicios allá por 1973 exploraron territorios cercanos al jazz y el rock progresivo, géneros “muy comerciales”, como es bien sabido). Su triunfo en 1981 con el álbum “Escape” basado en una fórmula de buenas interpretaciones instrumentales y una sólida visión comercial coincidió en el tiempo con la debacle de “Abacab” de Genesis, grupo que de alguna manera ocupaba el hueco de artista vendedor pero creíble. Las opiniones vertidas sobre la banda casi nunca mencionan que este grupo sabía tocar, es más fácil obviar las partes técnicas de su propuesta antes de reconocer que no hay nada malo en ellos si uno se acerca con ganas de pasarlo bien. En este género, me atrevería a decir que por encima de cualquier otro, los prejuicios han sido verdaderamente idiotas. Si algo bueno tiene el AOR es su incapacidad de ser neutral. O te gusta o lo detestas. Cualquiera que tenga alguna duda sobre su posible afinidad con el género sólo tiene que escuchar el “Greatest hits” de Journey para saber si está hecho para él. Es un test rápido, si después de ‘Anyway you want it’ no se te mueve nada por dentro, cambia inmediatamente a Bjork, Coldplay o Pablo Alborán , el AOR no es lo tuyo. Además no hay mejor disco de AOR que este, así que cualquier esfuerzo posterior es inútil, así de sencillo.
En algún momento del mes de enero de 1989 agarramos un coche y viajamos desde Columbus hasta la ciudad de New Jersey. En el camino hicimos noche en Philadelphia, lugar en el que me hice una estúpida foto en las escaleras que subía Sylvester Stallone en “Rocky”. Jugamos en las tragaperras de Atlantic City y pasamos dos noches en un hotel cerca de Central Park. Fueron cinco días en total, aproximadamente dieciséis o dieciocho horas por trayecto, varios miles de millas recorridas en un utilitario americano y una sola cinta en el reproductor de cassettes. ¿Lo adivinan? Mi hermano y yo escuchamos el “Greatest hits” de Journey no menos de veinte veces, aprendimos cada punteo con nuestras guitarras imaginarias, tocamos los teclados en el salpicadero del coche, intentamos imitar las notas altas de Perry y, permítanme el momento cursi, fue un viaje maravilloso. Journey, para bien o para mal, quedaron grabados como una parte importante de la banda sonora de mi vida. Los puedo escuchar mil veces y siempre me hacen esbozar una sonrisa tonta de manera inconsciente, una de esas cosas del poder de la música donde cada cual escoge libremente lo que le emociona cuando le da la gana, ya saben, don’t stop believin.
Publicado en EfeEme http://www.efeeme.com/placeres-culpables-greatest-hits-de-journey/